Hay frases que uno utiliza como desengrasante. Porque cuando falta confianza el silencio entre dos personas se hace muy pesado. Diez pisos en ascensor con un desconocido resultan alarmantemente eternos. Uno ya no sabe donde mirar. Ahora los móviles ayudan mucho para eso, finges estar haciendo algo muy importante y tecleas de un lado para otro dando vueltas por los menús sin sentido alguno, bueno, sí, el de superar el silencio. El fútbol y el tiempo son los más recurrentes en estos casos. Basta con saber de qué equipo es tu vecino para tener el problema solucionado, ¿qué?, ¿este año de Champions?; pues bueno, ya se verá, que el Atleti es el Atleti. El clima es todavía más universal. Pues parece que va a llover. Pues sí, lo han dicho en el parte (el parte, que bonita palabra). Este es, y con diferencia, el preferido de la tercera edad, sobre todo entre las mujeres. Lo que pasa es que en el afán por empatizar con el otro muchas veces uno mete la pata. Un ejemplo reciente que he presenciado. En mi empresa la gente no está demasiado contenta con la comida, las quejas son constantes y es un tema recurrente en el comedor. El caso es que una compañera removía y removía una y otra vez su plato de puré de verduras. Estaba muy caliente. Otro compañero se sentó frente a ella y para romper el silencio le dijo, dale, dale vueltas, que la mala pinta que tiene eso no lo vas a arreglar por mucho que lo marees. No había mala intención, tan solo quería empatizar, abrir una brecha al silencio y dar rienda suelta a un par de chascarrillos que hagan de la comida un momento de desconexión. Sin saber, a todo esto, que la pobre compañera, cansada de la mala comida había decidido traérsela de casa, con lo que ese puré era obra de sus manitas y de su paciencia.
Ejemplos como este hay muchos. Uno de los más comunes es el estado físico de las personas. Cuando te reencuentras con alguien con quien te unió una buena amistad, pero la distancia ha hecho mella, buscas en su aspecto algo que empatice entre ambos. Que bien estás, etc, y algunas veces, cuando se trata de mujeres, puedes caer en la tentación y dejarte llevar por la euforia, creyendo encontrar una novedad que va a suavizar el encuentro. ¡ Anda, !, que alegría, ¿estás embarazada?. Si es un sí, perfecto, pero , ay amigo, como sea un no, nada hará que el barco salga a flote, esa relación está definitivamente abocada al hundimiento. Treinta años después seguirás siendo el capullo que la llamó gorda. También pasa con las personas, con terceras personas. Cuando estás en un entorno relativamente nuevo no puedes conocer a todas las personas que conviven con tus nuevos compañeros. No sería raro, por ejemplo, estar hablando con compañeros de trabajo, tomando una cerveza, de mujeres feas. Es tu turno de argumentar, y entra en el bar una que crees va a poner gráfica a tus palabras, ¿veís?, a eso me refiero yo con una mujer fea. Y tu ejemplo se va a acercando y entonces, por el silencio de todos, comprendes que has metido la pata. Hola, cariño, aquí estábamos, conociendo a nuestro nuevo compañero de trabajo...mi mujer, el idiota, te adelantarías a decir para presentarte, pero te callas, por vergüenza torera. Es el problema de dejarse llevar. Si eres el típico gracioso que siempre tiene chanzas que contar y te lanzas con un gremio, cuando terminas seguro que algún padre de los presentes era taxista, por poner un ejemplo. Con la política ya mejor no hablar, porque dado como está el percal, seguro que alguno se me enfadaría. Pero ejemplos hay tantos como personas, ¿por qué no nos cuentas tu situación embarazosa?.
Ejemplos como este hay muchos. Uno de los más comunes es el estado físico de las personas. Cuando te reencuentras con alguien con quien te unió una buena amistad, pero la distancia ha hecho mella, buscas en su aspecto algo que empatice entre ambos. Que bien estás, etc, y algunas veces, cuando se trata de mujeres, puedes caer en la tentación y dejarte llevar por la euforia, creyendo encontrar una novedad que va a suavizar el encuentro. ¡ Anda, !, que alegría, ¿estás embarazada?. Si es un sí, perfecto, pero , ay amigo, como sea un no, nada hará que el barco salga a flote, esa relación está definitivamente abocada al hundimiento. Treinta años después seguirás siendo el capullo que la llamó gorda. También pasa con las personas, con terceras personas. Cuando estás en un entorno relativamente nuevo no puedes conocer a todas las personas que conviven con tus nuevos compañeros. No sería raro, por ejemplo, estar hablando con compañeros de trabajo, tomando una cerveza, de mujeres feas. Es tu turno de argumentar, y entra en el bar una que crees va a poner gráfica a tus palabras, ¿veís?, a eso me refiero yo con una mujer fea. Y tu ejemplo se va a acercando y entonces, por el silencio de todos, comprendes que has metido la pata. Hola, cariño, aquí estábamos, conociendo a nuestro nuevo compañero de trabajo...mi mujer, el idiota, te adelantarías a decir para presentarte, pero te callas, por vergüenza torera. Es el problema de dejarse llevar. Si eres el típico gracioso que siempre tiene chanzas que contar y te lanzas con un gremio, cuando terminas seguro que algún padre de los presentes era taxista, por poner un ejemplo. Con la política ya mejor no hablar, porque dado como está el percal, seguro que alguno se me enfadaría. Pero ejemplos hay tantos como personas, ¿por qué no nos cuentas tu situación embarazosa?.
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