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No siento una especial pena por el político al que se le grita. Creo que en cierto modo es el precio que tiene que pagar. No creo que sea el camino adecuado, pero algo de presión no viene mal cuando uno cree que el desprecio hacia el ciudadano es evidente. También es verdad que hay momentos y momentos para gritar, y lugares, y el respeto a las personas debe de estar por encima de todo. Los políticos, aunque a veces se nos olvide, también son personas. Viendo la gente que gritaba ayer entra pena. Jubilados, personas mayores. Ellos no tienen la excusa de la arrogancia de la juventud y los ideales soñadores. No, ellos son personas adultas, maduras y se supone que concienciadas plenamente con la realidad que les rodea. ¿Los socialistas han asesinado a alguien?. El gobierno ha hecho lo que tiene que hacer, velar por la seguridad de los ciudadanos. Probablemente lo haya hecho mal, pues sí, las pruebas son evidentes, y deberían reconocer que la cosa no ha salido bien. Pero de ahí a ser asesinos, como estos hombres y mujeres gritaban, pues va un trecho. La cara de los políticos del PP que allí estaban no era de regocijo, ni por lógica ni por moral, porque en el fondo sabemos a quien responde este grupo. Ellos los llaman Federicos, por el loco-tor (loco de loco, no de locu) de la COPE. Estará orgulloso de ver a sus jubilados perder la dignidad. Así que a lo mejor no es justo culpar solo al PP de estos descerebrados del grito. Quizá haya que culparles de buscarse aliados inapropiados llevados por la euforia del momento. Este es el precio que hay que pagar. Cuando uno se escora demasiado luego es difícil retomar el equilibrio. Pero hay tiempo, si hay ganas hay tiempo, solo es cuestión de ponerse serios, de alejarse de aquellos que solo fomentan el grito, la denigración del contrario y hasta la violencia física. Alejándose de estos, es más fácil encontrar un camino equilibrado. Además, si se acabara tanta crispación, a lo mejor más de uno se quedaba sin audiencia, y quién sabe si sin trabajo.
A todo esto, obligado es mencionar a Manuel Cobo, mano derecha de Gallardón, que puso en juego su integridad física para que el acoso a Pedro Cerolo se quedara tan solo en gritos y empujones.
1 comentario:
Muy bueno
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