11 de agosto de 2007

GIGOLO; capítulo décimo: celos


Susana Tomillo Álvarez de Asenjo, de los Álvarez de Asenjo, familia de alta alcurnia, poseedora de una de las fortunas más respetables de este país, viuda, con cuatro hijos, dos de ellos casados y empresarios de postín, un tercero abogado de prestigio afincado en Estados Unidos y una cuarta en la saga familiar, prestigiosa neuróloga y lesbiana, para la ignorancia de su familia, saca la polla de Adrián de su boca y se relame, obscena, divertida. Mira lo que hago, parece decirle al mundo. Hacía mucho que no probaba esto, piensa mientras se recuesta sobre la cama. Está desnuda y las evidencias del paso del tiempo han dado a su cuerpo un aspecto que le cuesta asumir. Ésta no soy yo, se dice algunas mañanas frente al espejo. Tiene cincuenta y cinco años y cuatro embarazos, pero aun mantiene en su retina el recuerdo de quien fue, la aristócrata más hermosa y codiciosa del reino. Si hubiera necesitado trabajar, ha pensado siempre, el cine hubiera sido su destino. Pero ¿para qué trabajar?. Además, cuidar niños enfermitos de cáncer los jueves y hacer cenas benéficas en Navidades ¿no son trabajo?. Claro, que ahora mismo, recostada sobre los almohadones, en su inmenso dormitorio, con Adrián, joven, apuesto y dispuesto, expectante a sus deseos para convertirlos en órdenes, todas estas cuestiones le importan bien poco. Ahora es mi turno, le dice a Adrián. Está algo despistado, no lleva un buen día y eso repercute en su trabajo. Además, la amante de hoy, su mecenas de esta noche, no responde al tipo de mujer que despierta sus pasiones. Se trata de trabajo, puro y duro, y no está a la altura. Lo sabe y promete esforzarse a partir de ahora. Es algo que le ha sorprendido estos meses. La última vez que comió con Luz se lo dijo. No pensé que fuera a encontrarme con mujeres tan atractivas, uno se hace a la idea de que quien acude a un profesional como yo es porque no encuentra lo que busca sin dinero ¿no?. No, la prostitución de lujo masculina, amigo mío, se rige por otros criterios, aunque siga siendo encontrar con dinero, no te engañes; pero una mujer rica, normalmente con cierto poder, la vida resuelta, estando insegura de su aspecto jamás acudiría a un hombre como tú; son orgullosas y tienen que sentirse hermosas y deseadas, también envidiadas, cuando se enfrentan a la sociedad, cuanto más cuando se trata de un gigoló. Luz saboreaba la lubina divertida, maestra otra vez con el alumno aventajado. Claro que hay de todo, pero te habrás dado cuenta de que son mujeres que tienen muy claras las cosas, lo que buscan y por lo que pagan, ellas se sienten hermosas y muy probablemente lo sean. Susana, su clienta de hoy, en cambio, no cumple ese precepto. Y no porque tras ese cuerpo que ya cede a la presión del tiempo no se esconda una mujer hermosa, sino porque esta mujer, lo ha notado en su forma de desnudarse, en su forma de enfrentarse a la situación, no está feliz con su madurez casi recién llegada. No era una habitual en las fiestas de Luz, un par de ellas tal vez, y en alguna de ellas tuvo tiempo, eso sí, de fijarse en Adrián. Por eso, cuando estas últimas semanas una amiga la vio triste trató de animarla, vamos, habla con Luz, seguro que una cita con ese muchacho te alegra la vida. Y no es que hasta ahora no haya sido lo que en la calle llaman mosquita muerta, ni mucho menos. Mientras estuvo casada mantuvo algún que otro romance, también con jovencitos, que siempre fueron su predilección. Ocurrió después, que con la edad se empezó a sentir insegura e incómoda, se aburguesó y cuando se quiso dar cuenta no solo se había quedado viuda, sino que había perdido toda práctica de seducción. Por eso su amiga tuvo que insistir, tampoco mucho, para vencer su pereza y sus temores y se pusiera en contacto con Luz y arreglar una cita con Adrián. Él ha sido cuidadoso, ha administrado la situación con sabiduría, evitando que fuera traumática la llegada del cuerpo a cuerpo, del que ahora, Susana, con los pulmones repletos de suspiros, no quisiera salir jamás. Es mi turno, le dijo hace un par de segundos y Adrián, convencido de que tiene que estar a la altura de su clienta, se arrodilla frente a las piernas abiertas sin decoro alguno. La piel, pese a que los años le han robado la firmeza con premeditación y alevosía, sigue mostrándose tersa y suave, con siglos de masajes, cremas y cuidados en sus recuerdos. Finge estar deseando desplegar su ingenio por ese sexo, también cuidado, con el bello recortado a la perfección, una obra maestra gracia, sin duda, de una especialista por cuenta ajena. Cuando no hay deseo, el ingenio y el orgullo ponen lo que falta. Por eso Susana no puede percatarse de nada, para ella hay un hombre entregado lamiendo su coño, haciéndola sentirse joven, deseada, viva, sin más, ¿para qué reflexionar sobre el asunto?. Sí que reflexiona, en cambio, sobre el tiempo que llevaba sin encontrarse en esta tesitura. Entre suspiro y suspiro, llevada por una extraña dejadez, recuerda. Con su marido apenas hubo contactos de este tipo, alguna vez, más por exigencia suya que por iniciativa conyugal. En cambio, caminaron mucho en la otra dirección, para su marido verla con la polla entre los dientes, no merecía objeción alguna, salvo aquella vez en la que no se retiró a tiempo, el semen la manchó y él enfureció gritando que de dónde se había sacado esos juegos, que con que tipo de depravadas se relacionaba. Recuerda una última y difusa vez, con el estudiante de derecho que vino a limpiar la piscina y acabó limpiando también algún que otro elemento no decorativo de la mansión. Aquel jovencito fue su última alegría oral. Sabe que carecía de la sabiduría de quien ahora lame sus pliegues, pero le ponía tanto entusiasmo que pasó muy buenos momentos con él. Adrián, sin olvidarse de caricias, besos, lametazos y mordiscos, también tiene la mente en otro lugar. No deja de ser curioso que pese a eso sus cuerpos sigan una conjunción perfecta basada en el deseo. Piensa en Sofía, por su puesto. No voluntariamente, porque no le gusta pensar en ella mientras trabaja, no deja de ser una rémora que le impide disfrutar de lo que hace. Justo lo que le está ocurriendo hoy. Desde aquella maravillosa noche en la Torre Madrid, le cuesta mucho justificarse en lo que hace. Cuando pasean de la mano siente deseos de sincerarse, de decirla, escucha, Sofía, no trabajo en una multinacional, voy a volver a estudiar y todo lo que gasto, la moto, la ropa, las cenas, sale de mi cuerpo, vivo de las mujeres. Pero descansa cada noche tranquilo porque sabe que hay una parte de su cerebro, a la que un día tendrá que hacer un monumento, que controla esos impulsos con la misma fría profesionalidad con la que está a punto de provocar un orgasmo en la respetable señora de Álvarez de Asenjo. Se plantea que tarde o temprano, por muy rentable que esto sea para su bolsillo, y para su ego, deberá dejarlo, convertirse en un respetable ciudadano de bien que paga sus impuestos y todas esas cosas. No hay que tener prisa, algún día no es una fecha concreta en el calendario. Sabe que Sofía está loca por él. Lo dijo hace una semana, después de hacer el amor. Te quiero. Quiso responderla, no con la misma moneda, porque no puede, no es capaz todavía de catalizar esas cosas extrañas que siente, pero sí al menos decir algo. Ella lo detuvo. No, no digas nada, no busco respuesta, solo busco que lo sepas, me sale del alma y me dolería demasiado retenerlo, porque quererte ya me duele. A cualquier ser humano le hubiera bastado para trasformar las cosquillas en el corazón, los suspiros inesperados mirando unos ojos, y convencerse, sí, estoy enamorado. Pero Adrián lleva toda la vida consigo mismo, y, ya se sabe, a las relaciones largas es complicado ponerles el punto y final.
Aun así, no todo es dulce turbación en sus pensamientos, porque mientras desliza suavemente la lengua por el clítoris de su clienta, es María la que aparece en escena. Su obsesión. Su perdición. Su agujero negro. No puede apartarla de su vida, y lo que es peor, todavía no se ha planteado hacerlo. Cada vez es más posesiva, más exigente. ¿De dónde vienes tan tarde otra vez?. ¿No te irás tan pronto porque hay otra mujer?. Sabe a qué se dedica, sabe que se folla a otras por dinero, y sin embargo, en ocasiones parece olvidarlo. Y es cuando siente miedo, cuando la mira a los ojos y espera de ella algo trágico. Después su cuerpo ejerce de bálsamo, su insaciable curiosidad y deseo de juego pueden con todo. En las últimas semanas ha instalado una costumbre que lo incomoda más que ninguna otra: los mensajes al móvil. Me vas a comer el coño como a mí me gusta, para hacerme gritar. Espero tu polla como siempre, grande y sabrosa. Muchos han llegado en momentos comprometidos, estando con Sofía, que se siente demasiado insegura cuando a Adrián lo acecha otra sombra femenina. Cualquier mujer es un riesgo, una tentación. Y ella misma se lo justifica en soledad con un argumento matemático e irrefutable: si yo estoy loca por él, ¿por qué no van a estarlo el resto de las mujeres de este planeta?. Adrián no sabe nada de estas turbaciones. A él lo que no le gusta que su relación con María condicione absolutamente nada de su vida privada. Por ejemplo, tener que cambiar de móvil para evitarla, heriría demasiado su orgullo. Intenta que comprenda, entre polvo y polvo, que no debe mandarle mensajes, que no debe llamarlo más que para lo imprescindible. Arremete estos asuntos con mucho cuidado, con mucha mano izquierda. Pero María no se da por aludida. Tal vez, piensa intentando que éste sea el último pensamiento ajeno a su trabajo, un día de estos tendré que acudir a su cita a hablar, simplemente, a dejar las cosas claras, porque parece que María está desempeñando roles en este juego que no le corresponden.
Por fin logra concentrarse en los gemidos que deben guiarlo. Sí, me gusta, mi vida, sí, me gusta lo que me haces, ahí, suavecito. Con suerte Susana se correrá y el asunto quedará zanjado. A cobrar y a casa, a descansar un poquito. Una especie de zumbido lo saca de su tarea. Es su móvil, que vibra en el pantalón. Piensa en María. Otra vez, joder, esta mujer es un puto tostón. Sigue chupando, sigue penetrando. Oh, cariño, como me estás poniendo, grita Susana, que ahora sí que está completamente fuera de sí, sobre todo de la Susana aristócrata y recatada. El zumbido desaparece y vuelve a su trabajo. Media docena de lengüetazos después regresa y con él María, la dichosa María. Con la misma arbitrariedad, el zumbido vuelve a morir. Este ir y venir, del zumbido al coño, del coño a María, de María al silencio, del silencio al zumbido, se repite tantas veces que cuando quiere darse cuenta Susana grita que se corre, incorporada, agarrada a su cabeza. Después se deja caer, mientras el zumbido vuelve por enésima vez. No pierde el control, la cosa puede terminar aquí y como es lo que desea, la abraza con ternura, notando bajo sus brazos la perdida firmeza. ¿Te ha gustado?, pregunta, con voz inocente, como si lo que acabara de hacer hubiera sido una novedad también para él. Me ha encantando, cariño, hacía tiempo que no me sentía así, ya sabes, demasiado sin un orgasmo tan, tan intenso, creo que me lo merecía. Por su puesto que te lo mereces. En el fondo la aristócrata, piensa mientras la besa para ponerse en pie, no deja de ser una mujer más, madura, con sus miedos, sus grandezas y sus miserias. Y ahora, si no te importa, casi preferiría que te marcharas, voy a darme una ducha, porque mañana tengo un día muy largo. Claro, por su puesto, sonríe tranquilo de saberse sin más ataduras. En la salida, a la derecha, debajo de una escalera, hay un sobre; verás que no es lo acordado, pero Luz me habló tan bien de ti, que puse la propina por anticipado. Sonríe por última vez y todavía sin terminar de vestirse, desaparece de la alcoba a toda carrera. Se detiene tan solo a por el sobre, comprobando la generosidad de la aristócrata y sale a la calle. Antes de arrancar la moto recuerda las llamadas. Nota como la tensión se acumula en la mandíbula, comprimiendo sus dientes, y titubea antes de sacar el móvil. Teme que si las llamadas son de María no pueda controlarse. Hay al menos cuatro. Acciona los botones y comprueba, felizmente, que no se trata de María, sino de su princesa. Es extraño, piensa, porque no suele ser tan insistente. Confusamente, mientras intenta rescatar de su memoria el número de Sofía porque los dedos están poco ágiles en la búsqueda, imagina motivos para la insistencia, e incluso piensa en su prima, en una recaída. Cuando escucha, por fin, la voz de su princesa, intenta serenarse. Hola Adrián, ¿dónde estabas?. Es una pregunta impropia en ella, pero Sofía está mucho más desconcertada que él. Pues mira, estaba en casa de Edu, y me he dejado el móvil en la mía. Ah, es que te he llamado un par de veces. Ya, ya, ¿pasa algo?. Bueno...Está nerviosa y Adrián lo nota. Venga, princesa, ¿te ocurre algo?. No, no, simplemente quería hablarte, ¿todo bien en el trabajo?. Sí, claro, todo bien, nada nuevo bajo el sol. ¿Me echas de menos?. ¿En el trabajo?. No, tonto, ahora. Claro, y en el trabajo, siempre te echo de menos. Lo dices para que te deje en paz. Ya, pues no me sirve de mucho, así no sé porqué iba a hacerlo. Ah, que quieres que te deje en paz, pues cuelgo, eh. Anda, tonta, que sabes que es mentira, ¿para qué me has llamado?. Por nada, no sabía que necesitara un motivo. No te enfades, sabes que no me refiero a eso. Ya, a veces me da la impresión de que te molesta que intente hablar contigo, quedar, que nos veamos. Bueno, anda, mejor hablamos mañana, ¿te parece?, sabes que estos cacharros no me gustan. Ya, así nunca hablamos, en fin, mañana nos vemos, si puedes me pasas a buscar por la tarde. Vale, un besito, y donde tú quieras. Claro, para eso siempre tienes tiempo, ¿eh?, ah, una cosa, se me olvidaba. No solo es mentira, sino que es la verdadera razón de las llamadas y los nervios. Dime. Pues que, que me ha llamado una idiota. ¿Una mujer?, ¿a dónde?. A cámara lenta se representa en su cabeza una película de terror, protagonizada por un pelo color fuego atado un nombre. Pues al móvil, joder. ¿Y quién era?. No sé, eso a lo mejor me lo tenías que decir tú. ¿Yo?, joder, pues no sé, ¿qué ha dicho?. Nada, que era María, y que bueno, que estaba intentando localizarte, y que no era nada importante, que no me molestara en contarte nada. Adrián está muy nervioso, no podía ser otra quien hiciera la llamada, pero ¿por qué?, ¿qué busca?, ¿dónde ha sacado su número de teléfono?, ¿por qué miente fingiendo querer localizarlo?. El nerviosismo crece, necesita soltar el teléfono, porque siente una extraña claustrofobia pese a estar en la calle. Necesita poner las cosas en orden y hacer algo, definitivamente, para zanjar el asunto. Bueno, pues que me vuelva a llamar. ¿Quién es María, Adrián?. Sofía siente una repentina punzada de odio en su interior, una sensación horrible y que ha dejado de ser novedosa, el miedo que abre la puerta a los celos. Nada, una amiga, pero hace mucho que no sé de ella, ¿te ha dicho algo?. Teme lo peor. No, nada, es muy simpática, pero ¿por qué me llama a mí?, ¿cómo sabe mi número?. Pues no lo sé, habrá preguntado por ahí. Tú no vas dando mi teléfono a nadie, ¿verdad?. Le duele el corazón de imaginarlo sudando sobre otro cuerpo, poseyendo otras almas. Claro, princesa, ¿cómo se lo voy a dar?. Pues entonces no lo entiendo. Seguro que tiene una explicación, mañana la llamaré, ahora es tarde, que me lo explique todo y punto, ¿te parece?. Claro, cariño, un beso. Sigue el corazón a mil. Otro, más grande, mi vida. Así de sencillo es el amor, un instante atrás la sangre que llegaba a su corazón estaba tan cargada de odio que era bilis lo que este expulsaba, y una simple frase, una simple palabra por primera vez salida de los labios de Adrián, ese inocente mi vida, ha bastado para que todo vuelva a su lugar, para que el corazón se serene. Sonríe, feliz. Así es el amor. Hasta mañana, mi vida.
Antes de colgar ya está sobre la moto. Ni se molesta en ponerse el casco. A medida que el caucho devora el asfalto se va sintiendo más irritado, pleno de ira maneja la moto con temeridad, zigzagueando entre los coches, sin respetar semáforos ni señales. Va tan rápido como su cabeza. Hija de la gran puta, me cago en su puta madre, si le hace algo a Sofía la mato, vaya que si la mato, reviento su cara de puta viciosa de una patada. Llega a la casa, que ya no le resulta tan familiar, ni tan inquietante, sino un lugar odioso que quisiera borrar de un plumazo de su vida y hasta de sus recuerdos. Llama al telefonillo y presiona la puerta esperando el pitido. La flanquea y golpeando la pared del ascensor con el puño llega a la última planta. La puerta está abierta, así que entra como un huracán. María parece esperarlo en el salón, fumando, sonriente, curiosamente con la misma camiseta con la que abrió la puerta la primera noche. Sabía que vendrías a verme. Adrián no dice nada, de un puñetazo, que antes la hace girar sobre sí misma, la lanza contra el sofá. Sangra por la nariz, y está un poco aturdida, pero el dolor la hace sentir especialmente viva. Vaya, le dice, sin esperar un segundo puñetazo, veo que la zorrita te gusta. No me toques los cojones. Se balancea sobre los dos pies, como si una fuerza lo impulsara a continuar lo que ha empezado y otra lo obligara a permanecer, en tensión, ahíto de ira. Pues sabes que es una de las cosas que más me gusta, tocarte y comerme tus cojones, y tu polla ¿o es que ya no te acuerdas?. Son ironías que no favorecen a que Adrián se tranquilice, y es que no es lo busca, busca tal vez otro puño sobre su rostro, y después un cuerpo que se lance y acabar brutalmente follada contra el sofá. Adrián no entra en el juego, se mantiene expectante, intentando controlar su ira para no cometer una locura, y no sabe cuanto tiempo podrá aguantar. Todavía sangrando, María se pone en pie, buscando recuperar el aliento y la dignidad. ¿Qué es lo que te da esa zorra que no te de yo?. Le parece una pregunta patética, le gustaría decir la verdad, que lo único que ella le da es lo que Sofía no debe darle. Yo te doy algo más que dinero. Parece haber leído sus pensamientos. Se quita la camiseta y le ofrece su cuerpo, ese cuerpo que tantas veces estrujó y que ahora no le parece ni tan hermoso ni tan apetecible, porque no es a sus ojos más que otro cuerpo de una mujer madura entrada en carnes. Ponte esa puta camiseta ahora mismo. Mira mis tetas. Se las acaricia como haría una actriz pornográfica, mordiéndose la lengua. ¿No te apetece comértelas?, ¿no te apetece correrte sobre ellas y que me coma tu semen?. Lo único que me apetece es pegarte otro puñetazo y arrancarte la cabeza. Y ¿por qué no lo haces?. Respira antes de hablar. Solo quiero que desaparezcas de mi vida, que no volvamos a vernos, que me dejes en paz, que encuentres a otro idiota que te siga los juegos, me he cansado, ¿sabes?, ya no aguanto más, y tu dinero no me basta ni me sirve. ¿Qué estás diciendo?, ¿quién te hace sentir las cosas que sientes conmigo?, ¿quién crees que va a pagarte lo que te pago yo?, ¿con quién crees que follarás mejor?, ¿eh?, contesta, contesta si crees que hay alguna mujer en el mundo como yo, ¿quién coño te crees que eres?, por haberme echo gozar un par de veces ¿te crees en el derecho de despreciarme de este modo?; no te das cuenta, pero hemos sellado una alianza para toda la vida, y ni una puta enfermera, por muy buena que esté la morenita, puede acabar con esto. Es la gota que colma el vaso. Respira y cuenta, uno, dos, tres, cuatro, hasta llegar a diez, resistiendo la tentación de acabar con todo de una puta vez. Eres patética. Es lo único que acierta a decir antes de darse la vuelta. Al tercer paso se detiene y la mira con todo el desprecio que le sobra. Si le ocurre cualquier cosa, lo que sea, si se tropieza en la calle y sospecho lo más mínimo, vendré aquí y haré con tu cuerpo tantos pedacitos que van a necesitar un ejército para recomponerte. María no dice nada, la ira alimenta su deseo carnal, sigue imaginándose sobre el sofá, rota por las embestidas de su amor. Pero también está asustada, porque siente que lo pierde, que si sale por esa puerta no volverá a verlo. Adrián se pone en marcha, decidido, pero antes de llegar, María lo detiene en seco. No te muevas, hijo de puta. Se da la vuelta y ve como una pistola, en unas manos temblorosas, intenta enfilar el cañón a su cuerpo. Si sales por esa puerta te pego un tiro. El corazón le va a mil por hora y apenas si controla el temblor de sus piernas, pero no quiere dejarse llevar por el pánico, al fin y al cabo ha llegado hasta aquí, es demasiado crédito para perderlo por el miedo. ¿Vas a matarme?, ¿esa es tu forma de retenerme?, ¿pegándome un tiro?. Ésta vez María parece tocada por sus palabras y baja la pistola, pero cuando intuye que reinicia la marcha, cambia de argumento. Pues me pegaré un tiro, si te vas me mataré, ahora mismo. Adrián la mira, está horrible, la sangre reseca, el rostro hinchado, las lágrimas brotando, los ojos perdidos. Me das asco. Casi ha escupido al suelo sus palabras antes de decidirse a abandonar la casa. Cuando suena la puerta a sus espaldas teme por un instante escuchar un sonido brusco y seco, el sonido definitivo y claro de la locura consumada. Pero no escucha nada más. Dentro, María ha soltado la pistola y se ha dejado caer. Llora con amargura, con el dolor instalado en su estómago, como una losa enorme y fría. Intenta encontrar en el propio odio una forma de fagocitar ese dolor. Os mataré, a los dos, os mataré a los dos. Fuera Adrián ha perdido las fuerzas definitivamente y se ha sentado en las escaleras, llorando también. Las lágrimas brotan de muy dentro, como el llanto, casi infantil, y no logra controlarse. No entiende por qué todo, cuando parecía arreglarse, cuando la vida parecía enderezarse, se ha estropeado de golpe. Y, sobre todo, no comprende como no se dio cuenta antes, mucho antes, antes de haber puesto a Sofía de por medio. Piensa en su padre, en los zarpazos de la vida e intenta serenarse, todavía tiene que volver a casa, en la moto, y vivir, vivir una vida que una hija de puta como María no puede estropear. Con ese convencimiento, secando sus lágrimas, se encamina escaleras abajo, hacia la moto, hacia la libertad, hacia la vida.

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