Me he quedado sorprendido, resulta que Madrid (la comunidad) tiene más kilómetros de litoral (en agua dulce) que Cantabria y el País Vasco juntos. Es paradógico lo que le fascinan los pantanos a alguien como yo, que odia la figura de paquito rana. En general los ríos me despiertan pasión. Su pulso con la tierra, su tenacidad y su frescura. Un baño en las aguas limpias de un río, a ser posible en la montaña, es una verdadera delicia.
El entorno que rodea Madrid es un emjambre de panatanos, algunos de ellos verdaderas aberraciones a la lógica (pero ya están, así que a disfrutarlos). Hay una carretera, además, que se llama la de los pantanos. Es la M-501. Ahora están de obras para su desdoblamiento, y en la prensa de hoy he leído una frase que me ha invitado a escribir: "Europa no ve las cruces de los muertos en la carretera". Lo dice el alcalde de uno de los pueblos a los que se llega por medio de esta emblemática y controvertida vía. Una comisión europea estudia (si no lo ha hecho ya) denunciar las obras porque atentan contra parajes protegidos. ¿Dónde está el equilibrio?. Creo que soy ecologista de medio pelo, incluso de boquilla. En actos soy como cualquier otro ser humano, antepongo mi comodidad y sobre todo mi integridad a la naturaleza. El ser humano es el virus más letal y resistente que ha dado la naturaleza. No nos podemos negar a ello, pero como también estamos dotados de raciocionio (en conjunto, individualmente habría mucho que discutir) habrá que buscar el equilibrio entre la naturaleza y nosotros. Por pura lógica, si se quiere, dependemos de ella para seguir vivos. Pero es muy complicado. El ejemplo de los pantanos es bueno, en su día fueron auténticas masacres a la naturaleza (¿cuantas especies tuvieron que cambiar de hábitat en cada uno de ellos?) y en cambio hoy son un elemento más a proteger; pasaron de villanos a víctimas. Voy en coche a trabajar y sé que contaminaría menos que utilizara los dos medios de transporte que me llevarían a mi trabajo. Pero antepongo dos horas de mi tiempo a la capa de ozono. No es ecológico, lo sé, pero me compensa. Evidentemente me esfuerzo en otros órdenes, sobre todo en la educación de mi hijo. No me gustan los extremos, aunque muchos lectores del blog me consideren un extremista (cuando no idiota), por eso la ecología llevada a su extremo no despierta mi admiración. Y creo que son necesarios, pero para el efecto cuerda tensada, para buscar el equilibrio, no porque su objetivo me parezca un fin adecuado. Creo que ahí esta la verdad, como diría Aristóteles, en el medio. Aceptar que somos letales, que matamos animales para comer (pero no lo haremos con saña ni por diversión), que talamos árboles (¿de dónde salen si no los papeles de los libros) pero lo hacemos con lógica, que ensuciamos los ríos (por que no nos queda otra) pero nos esforzamos por minimizarlo al máximo. En fin, que no quiero vivir en un mundo donde todo el mundo vaya en bicicleta (porque no vería a mis amigos y familiares lejanos nunca), coma solo fruta y verduras y se lave con tierra en lugar de con jabón. Pero tampoco quiero vivir en un mundo donde un árbol sea un objeto de culto, donde para ver un animal en libertad tengas que ir a un documental antiguo, etc, etc. El equilibro, creo que en él está la clave.
El entorno que rodea Madrid es un emjambre de panatanos, algunos de ellos verdaderas aberraciones a la lógica (pero ya están, así que a disfrutarlos). Hay una carretera, además, que se llama la de los pantanos. Es la M-501. Ahora están de obras para su desdoblamiento, y en la prensa de hoy he leído una frase que me ha invitado a escribir: "Europa no ve las cruces de los muertos en la carretera". Lo dice el alcalde de uno de los pueblos a los que se llega por medio de esta emblemática y controvertida vía. Una comisión europea estudia (si no lo ha hecho ya) denunciar las obras porque atentan contra parajes protegidos. ¿Dónde está el equilibrio?. Creo que soy ecologista de medio pelo, incluso de boquilla. En actos soy como cualquier otro ser humano, antepongo mi comodidad y sobre todo mi integridad a la naturaleza. El ser humano es el virus más letal y resistente que ha dado la naturaleza. No nos podemos negar a ello, pero como también estamos dotados de raciocionio (en conjunto, individualmente habría mucho que discutir) habrá que buscar el equilibrio entre la naturaleza y nosotros. Por pura lógica, si se quiere, dependemos de ella para seguir vivos. Pero es muy complicado. El ejemplo de los pantanos es bueno, en su día fueron auténticas masacres a la naturaleza (¿cuantas especies tuvieron que cambiar de hábitat en cada uno de ellos?) y en cambio hoy son un elemento más a proteger; pasaron de villanos a víctimas. Voy en coche a trabajar y sé que contaminaría menos que utilizara los dos medios de transporte que me llevarían a mi trabajo. Pero antepongo dos horas de mi tiempo a la capa de ozono. No es ecológico, lo sé, pero me compensa. Evidentemente me esfuerzo en otros órdenes, sobre todo en la educación de mi hijo. No me gustan los extremos, aunque muchos lectores del blog me consideren un extremista (cuando no idiota), por eso la ecología llevada a su extremo no despierta mi admiración. Y creo que son necesarios, pero para el efecto cuerda tensada, para buscar el equilibrio, no porque su objetivo me parezca un fin adecuado. Creo que ahí esta la verdad, como diría Aristóteles, en el medio. Aceptar que somos letales, que matamos animales para comer (pero no lo haremos con saña ni por diversión), que talamos árboles (¿de dónde salen si no los papeles de los libros) pero lo hacemos con lógica, que ensuciamos los ríos (por que no nos queda otra) pero nos esforzamos por minimizarlo al máximo. En fin, que no quiero vivir en un mundo donde todo el mundo vaya en bicicleta (porque no vería a mis amigos y familiares lejanos nunca), coma solo fruta y verduras y se lave con tierra en lugar de con jabón. Pero tampoco quiero vivir en un mundo donde un árbol sea un objeto de culto, donde para ver un animal en libertad tengas que ir a un documental antiguo, etc, etc. El equilibro, creo que en él está la clave.
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