23 de febrero de 2007

LA NOCHE DE LOS DOS PLÁTANOS


Mi madre, como todos los padres, tenía toda una parrilla de normas de obligado cumplimiento: lavarse las manos antes de comer, saludar a los mayores, el beso de buenas noches, no cantar en la mesa y no comer nunca, pero nunca, dos plátanos de postre. Y yo, como niño, que desconocía la utilidad real de las normas y adoraba los plátanos, entraba en conflicto cada noche en busca de mi ración doble. Nunca claudicaba. Así que mi monoplatanismo era perpetuo. ¿O no?. Ocurrió tal día como hoy hace 26 años. Un tipo vestido de verde con un gorro horrendo entró con unos cuantos compañeros en el congreso, pistola en mano, y gritó aquello de "se sienten, coño". Evidentemente para mí, que veía, igual que el resto de mi familia, confusas imágenes en la televisión, era un día cualquiera, y aquello bien pudiera formar parte de alguna película de Chicho Ibañez Serrador. Para los adultos no, para los adultos aquel era un momento de incertidumbre, de nervios, de llamadas telefónicas. Tanto que mi madre, mientras nos daba la cena a mis hermanas y a mi, estaba especialmente despistada en sus funciones maternas. Y eso influía, por su puesto, en las normas. Es mi oportunidad, me dije. ¿Qué queréis de postre?. Plátano, dijimos dos de los tres. Sacó la fruta, varias naranajas, mandarinas y tres o cuatro plátanos. Lo hice con profesionalidad, sin perder la calma. El primero con naturalidad, que nadie intuyera mis ulteriores intenciones. El segundo con sigilo, pero con rapidez. Llam, llam, llam, de tres ansiosos bocados cayó el muro de las normas y el primer plátano doble de mi infancia.

Aquella noche no fue especial para un niño de nueve años como yo por lo que estaba ocurriendo en Madrid o en Valencia, donde la democracia parecía jugársela a una sóla carta. No, aquella noche fue especial y maravillosa porque pude comerme dos plátanos de postre. Y parece una anécdota divertida sin más, pero no, porque gracias a ese detalle, poco tiempo después, siendo todavía niño, pude comprender la magnitud de lo que había ocurrido, porque algo muy, pero que muy grave debía ocurrir para que mi madre se despistara tanto que yo pudiera comerme dos plátanos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo recuerdo que no hubo cole pero que no me dejaron bajar a la calle... así que me tire todo el dia en casa oyendo marchas militares por la tele, uno de los peores dias de mi vida vamos.

Anónimo dijo...

La tarde del 23 yo estaba en el patio del cole jugando, como cada tarde y vino mi madre a buscarme. Yo no me quería marchar pero mi madre me agarró de la oreja(hoy la habrían denunciado por maltrato infantil) y a casa. Esa noche mi padre volvió antes de trabajar.
Con el paso del tiempo supe realmente la dimensión de aquel día. Por cierto mi hermana, que por entonces contaba con 19 años y la política no era lo que hoy, me dijo que aquella noche estaba dispuesta a tirarse al monte, vamos casi retrocediendo al 36. Ahora me rio, ¿a que monte? como no se subiera a Navacerrada...
DUDU

Pedro dijo...

El país, en su última página del día 25 de febrero publicó: "La noche de los transistores".
Se cita al tipo de moda: Supergarcía.
Como no todos tienen suscripción a Elpaís, os pongo todo el artículo.

La noche de los transistores



EL PAÍS - Última - 25-02-1981

Fernando Abril Martorell jamás volverá a vivir sin transistor. Gracias a su pequeño aparato de radio y al que otro compañero suyo -parece que era Enrique Sánchez de León- tenía en la Cámara, los diputados secuestrados en el hemiciclo pudieron saber que el teniente coronel sedicioso les engañaba.José María García, Eduardo Sotillos, los periodistas de Radio Intercontinental -que dieron, con los demás, una lección de prontitud y eficacia radiofónicas-, los de Radio Popular y Radio España y las restantes emisoras españolas desmintieron puntualmente las afirmaciones golpistas, según las cuales la sedición había triunfado.
Al oído, Fernando Abril Martorell hacía circular la voz: «Milans del Bosch ha rectificado»,

No hay enfrentamientos en las calles », « El Rey ha hablado », «La tranquilidad está asegurada», eran las frases con las que él relajaba la tensión del Gobierno y de sus compañeros de hemiciclo.

La radio fue la heroína de la noche. Fue la noche de los transistores. Y entre sus personajes, José María García, el popular periodista deportivo. A las 22.30 horas decidió que «no era deporte lo que esperaba el país», se puso a las órdenes de Fernando Onega, se situó encima de la unidad móvil número dos de la SER, su cadena de emisoras, y comenzó a retransmitir en directo las incidencias de la ocupación militar desde los aledaños del Congreso. Al final quedó agotado, pero con ganas de analizar el fenómeno. «Lo que ha conseguido la SER es muy difícil de superar, y lo ha hecho porque cuenta con técnicos muy veteranos, como Emilio Olabarrieta, que tuvo la sagacidad y la sangre fría de dejar una línea instalada y en funcionamiento en el hemiciclo, con lo cual nuestra cadena pudo asistir, punto por punto, a todo lo que ocurría en el interior del Congreso». Hablando del mismo tema, Fernando Onega, director de informativos de la SER, explica que esa información importantísima sólo fue emitida cuando ya acababa la ocupación, para evitar perjuicios a las personas que permanecían como rehenes.

José María García dice que lo tuvo relativamente fácil. «Llegar hasta donde ocurría la acción no fue difícil, porque los policías y los militares me conocen por mi trabajo en el periodismo deportivo. Y como anécdota puedo contar que, cuando llegué a los alrededores del Congreso para integrarme a la retransmisión en directo del largo incidente, un capitán me dijo: "¡Pero hombre', García!, ¿a dónde vas, si ahí no está Porta?" ».

No renunció García a su lenguaje, y habló de avituallamiento cuando un guardia civil pedía cerveza y bocadillos, y de «minutos de descuento» cuando se llegaba a la recta final (otro término de la SER) del dramático incidente. «Es que el del deporte no es un lenguaje privado, sino que hay modismos que sirven para describir cualquier situación, y por eso es bueno usarlo ».

Fue la noche de la radio. Sotillos decía que era terrible que se descubriera el verdadero valor de la radio en directo en ocasiones como esta, y que esperaba que a partir de ahora fueran las buenas noticias las que sirvieran de base para esa radio total que mantuvo des pierta a España durante la fría noche del pasado lunes.

Fernando Onega reconoció que hubo momentos de la noche en que llorar no era una alternativa despreciable; el miedo surgió y hubo más de un momento en que tanto él como su equipo y los directivos de la SER se mostraban extrañados de que los militares no acudieran a ocupar la emisora central, como habían hecho con RNE.

Caminante dijo...

Fue una noche de lo más larga esa de 23 F, pero, oye, que ni me había cordado hasta ahora mismo que leo tu artículo, ¡qué cosas!
Buen día. PAQUITA