Le ha tocado. Una tarde cada dos meses. En el fondo lo adora, pero tiene quince años y la sangre a borbotones pidiéndole guerra. Fuera de la casa está la calle. Dentro, el silencio, a lo sumo los recuerdos. Las historias del abuelo. La memoria es lo único que me queda, hijo. Su hermana ya ha llegado, tintinean las llaves por el pasillo. Perfecto, ya puedo irme. Fin de la guardia, ahora los colegas, la música, unas birras...suena el móvil. Stams dde spr, trae yelo. Joder, siempre me toca a mí. Abuelo, me largo, mañana seguimos, ¿vale?, dile a mamá que vendré tarde. Le da un beso. Pincha, pero huele muy bien, es un olor agradable, seguro que dentro de unos años será lo único que le quede, el recuerdo de un olor. Pero él no lo sabe. Vuelve a sonar el móvil. Ahí se queda, en el pantalón. Abandona el salón, pero no deja de mirar a su abuelo. Hay algo, no sabe el qué, que le impide salir rápido. Adiós abuelo. Suena otra vez el móvil. Se acerca a la puerta y antes de cerrarla escucha una voz inconfundible, en la mina, hijo, no todo era frío y trabajo, me acuerdo del Valderrama, siempre cantando. Fuera sigue la calle. Y los colegas. El sonido de la puerta al cerrarse es hueco, como sin vida. Mira de nuevo atrás y ahí sigue, su abuelo contando las historias de siempre. Cómo cantaba, hijo, cómo cantaba. La puerta está cerrada, sí, pero él se ha quedado dentro.
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2 comentarios:
Tener un abuelo con la cabeza "en su sitio" es algo de valor incalculable. Tantas cosas por saber, tantas experiencias por compartir, sus relatos, su memoria, que no se pierda la memoria.
Abrazos. PAQUITA
eso habría que decírselo al de tu artículo, al que quiere que le pregunten de los suevos (http://paqquita.blogspot.com/)
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