Tú, que has pasado de largo la treintena, ¿qué no darías por la eternidad de un verano de tus quince años?. ¿Qué darías por esas largas tardes a la sombra de un árbol del parque o de las escuelas de tu pueblo, cuando el tiempo parecía una enorme rueda a la que los segundos apenas si podían arrastrar?. Ahora, las endemoniadas manecillas del segundero parecen haber secuestrado el calendario y los días caen a la velocidad de los minutos de tu juventud. Con veinte años no solo te crees invencible y que el mundo entero está en tu contra, sino que crees que tienes dominado al tiempo. Veías a los jóvenes de treinta y poco como ancianos de vuelta de todo, como extraterrestres que por algún tipo de casualidad compartían espacio contigo. Esa osadía no te permitía llegar a una conclusión que hoy por evidente te sonroja: como tú estás me he visto y como estoy yo te verás. Nadie se salva. Te lo explican y te parecen las batallitas de los abuelos. Pero es verdad, cuando sobrepasas la barrera de las tres décadas el reloj se acelera, las cosas ocurren tan rápido que de presente pasan a recuerdo a velocidades de vértigo. Y las realidades que te rodean cambian sin que apenas pongas voluntad en ello. Hay decisiones, sí, todo son decisiones voluntarias si me apuran, pero inefables, inevitables. El trabajo, el coche, la casa, tal vez hijos. Y no solo cambias tú, también lo hace tu entorno. Ahora, por ejemplo, llegamos a la edad de la que tenemos los primeros recuerdos de nuestros padres. Sí, quien más y quien menos recuerda a su padre con treinta años. Eso es hacerse mayor. Y nuestros hijos han conocido a sus abuelos con la edad de la que nosotros tenemos los primeros recuerdos de los nuestros. Mi abuela siempre fue una abuela, así la recuerdo, en cambio veo a mis padres y tengo la paradoja de saberlos abuelos a un tiempo, y ahí todo se complica. Además, la rueda inapelable de la vida te va lanzando dardos de lógica, apenas quedan abuelos en el entorno de tus amistades, los que quedan son reductos vitales casi inexplicables. Y la fortuna de la salud empieza a ser remolona con tus progenitores y los de tus amistades. Antes, la falta de salud o la muerte del padre era un drama casual, mala suerte, se decía. Ahora, cuando los achaques empiezan a manifestarse con demasiada soltura, como si siempre hubieran estado ahí, ya no parece tanta casualidad, sino tal vez un aviso.
Y en todo este devenir siempre tienes la sensación de que te dejas algo. No algo en el camino, como un amigo o un ser querido, que también, sino algo por hacer. A mi, si me preguntaran, no diría que el ser humano se caracterice por el uso de la razón, sino por tener siempre algo pendiente de hacer. Nunca hay tiempo para todo, hay que dejar cosas que consideras menos importantes o secundarias en el tintero del reloj. Pero algunas son muy importantes, aquel te quiero que no dijiste, aquel abrazo remolón, aquel beso olvidado.
Cuando a los quince años mirabas el reloj maldecías su lentitud y ahora, que te doblas la edad, maldices que el tiempo haya equivocado su registro, y te dices, le dices, ¡ ahora, ahora es cuando deberías ir despacio ¡
Y en todo este devenir siempre tienes la sensación de que te dejas algo. No algo en el camino, como un amigo o un ser querido, que también, sino algo por hacer. A mi, si me preguntaran, no diría que el ser humano se caracterice por el uso de la razón, sino por tener siempre algo pendiente de hacer. Nunca hay tiempo para todo, hay que dejar cosas que consideras menos importantes o secundarias en el tintero del reloj. Pero algunas son muy importantes, aquel te quiero que no dijiste, aquel abrazo remolón, aquel beso olvidado.
Cuando a los quince años mirabas el reloj maldecías su lentitud y ahora, que te doblas la edad, maldices que el tiempo haya equivocado su registro, y te dices, le dices, ¡ ahora, ahora es cuando deberías ir despacio ¡
3 comentarios:
El tiempo mantiene su ritmo, somos nosotros -es obvio- los que lo vivimos en distinta forma. El tiempo vivido cuando los hijos son pequeños, a la vez de que se te queda escaso, se vive más intensamente. Los primeros 7 años de mis hijos se me hicieron más largos, que los 17 que han venido detrás.
C¨est la vie. PAQUITA
Hoy en el recuerdo los veranos en Cuellar me parecen eternos. A veces no quiero ir al pueblo para seguir guardando en la memoria los recuerdos de la adolescencia y no borrarlos con la vision de la actual realidad.
Por las mañanas al afeitarme, a veces, no me reconozco. Las canas empiezan a abundar allí donde la pista de aterrizaje no ha conquistado territorio aunque poco le queda para alcanzar la calificación de aeropuerto internacional.
Estoy totalmente de acuerdo en que estamos en ese punto de inflexión en el que nuestros padres se convierten en abuelos, con los achaques de salud que conlleva y nosotros nos transformamos en padres.... Acojona.
Dudu, tu sapiencia nos abruma
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