10 de mayo de 2010

SALA X


Era el día de su 25 cumpleaños. Candela le mandó un mensaje, a las doce en el número cuatro de la calle Duque de Alba. Nada más. Mikel hizo malabarismos para justificar su salida del trabajo y allí esperó, sorprendido cuando se encontró en la puerta de una sala X. Entra. Fue el siguiente y escueto mensaje. Una entrada para “El señor de los cipotes: las dos vergas”. Mikel se sintió decepcionado abordando la oscura sala, nunca había estado dentro de una sala X, era un descuido imperdonable. Con los claro oscuros formados por las pollas y culos reflectándose en la pantalla, buscó a Candela, pero era evidente que no estaba. Solo tres cabezas de hombre salteaban el vacío patio de butacas. Buscó un asiento aislado y, divertido, esperó. Llegó otro mensaje. No pierdas ni un segundo de lo que sale por la pantalla, te haré un examen. Como alumno aplicado se empeñó en tragar cada detalle del film, como hacía la protagonista con la “espada” de Aragon. Entonces sintió una presencia femenina acercarse, con un aroma inconfundible. Sonrió pero no dejó de mirar a la pantalla, tal y como le habían sugerido. Sin dejar de priorizar la pantalla comprobó como Candela había venido con una gabardina y una peluca morena al estilo Uma en Pulp Fiction. Mientras Legolas daba buena cuenta de una elfo tetuda, una mano enguantada se acercó a su bragueta, con movimientos suaves pero firmes, hasta sacar la polla. La versión morena de Candela se inclinó y se metió la polla en la boca. A Mikel le pilló por sorpresa y miró a un lado y a otro, hasta que se dio cuenta de que allí, mal que bien, cada uno iba a lo suyo. Candela imprimió velocidad desde el primer segundo, metiendo y sacando la polla con rudeza, como si fuera una de las protagonistas de la película. Mikel de vez en cuando intentaba acariciarla, sujetar la cabeza, empatizar, pero no eran esos los planes de Candela, que rechazaba cualquier intento de ser tocada. Ella seguía con la polla, dentro, fuera, hasta que llegó el orgasmo. Cuando sintió el primer golpe de leche se metió la polla entera en la boca, bajando la piel y esperando toda la descarga para ir tragándosela. Mikel ahogaba con el puño sus gemidos. Después, con el mismo silencio y misterio, Candela, todavía manchados los labios de semen, se acercó a él y le susurró un sensual feliz cumpleaños. Cuando intentó abrazarla ella ya se había levantado. Se quedó sentado, desconcertado y feliz, unos minutos, hasta que tuvo las fuerzas para levantarse y volver a casa. Allí le esperaba Candela, todavía con la peluca, todavía con la gabardina y nada bajo ella, tumbada en la cama, expectante. Él se desnudó en lo que uno tarda en pensar que tiene que hacerlo y se la folló con violencia, buscando en ella un orgasmo que pudiera compensarla del especial regalo que acaba de recibir.

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