MIGUEL:
Menuda suerte. Acaba de ligarse a la niña más bonita de la fiesta. Pura casualidad o arte, ¿qué más da? Se llama Sara y tiene diecisiete preciosos añitos. Una cinturita apretada y un culo respingón atrapado en unos vaqueros blancos. Y un culo, se da cuenta ahora, que lo tiene sobre él y le clava los dedos con fuerza, tremendamente duro. ¿Y los pechos? Bendita costumbre esta de los escotes, el suyo es de vértigo, apenas apretadas las tetas sobre una triste tela gris, tensados los botones hasta el límite. Le ha costado mirarla a los ojos en el cortejo. Al final, después del primero beso, largo, intenso y cálido, lo ha reconocido. Y ella se ha reído, entre tímida y encantada. Están en la parte más oscura de la discoteca, en una especie de sillones, donde otras parejas entrelazan sus cuerpos. Ella se ha sentado primero tímida a su lado, y él ha sido tierno en las solicitudes, en las aventuras, en las internadas. Primero besos eternos acariciando su nuca. Notaba como suspiraba y como relajaba el cuerpo. La cosa iba bien. Después en el cuello, con la lengua, pequeños mordiscos y la mano a la cintura. Después ha buscado las tetas Y las ha encontrado, también en el camino la reticencia en forma de mano receptora. No. Pero era un no evidentemente tímido. Quizá un no, ahora no, o aquí no. La ha cogido con fuerza entonces y la ha sentado sobre él. Ha cogido una chaqueta y la ha tapado por la espalda, haciendo una especie de tienda de campaña del amor. Así, aislados del mundo, ella se ha dejado llevar. Las tetas saben maravillosamente saladas, el sudor del baile las ha perlado y están duras como melones, y suavecitas como la piel de un melocotón. Los pezones erectos han provocado un pequeño respingo de placer a su dueña al primer mordisco. La siente jadear sobre él, abrazada a su cuello, hundiendo el rostro en su cuello. Así ha empezado a moverse. No sabría a ciencia cierta si ha sido él o ha sido ella, pero han empezado a moverse, unidos, pese a la tela de los vaqueros, por los sexos. La coge del culo con fuerza y se concentra en el cuello, donde provoca los mayores gemidos de la pequeña Sara. La levanta con su pelvis y la baja contra su polla con la mano. Ella se frota con fuerza, se aprieta todo lo que puede, lo nota no solo en su polla, dura como una piedra bajo el peso del cuerpo de Sara, sino por como contrae el culo en cada bajada. Pero de golpe, sin previo aviso, después de apretarse tal vez con más fuerza que nunca, Sara ha salido disparada. Sin decir nada. Y lo ha dejado ahí, tirado, con la polla más dura que una piedra, frustrado y desconcertado…
SARA:
Sara está en el baño. Todavía no ha recuperado el aliento. Tiene unas ridículas ganas de llorar, mezcla de inmenso placer y tremendo remordimiento. Se ha mirado al espejo, nada más entrar, indiferente al resto de veinteañeras ultramaquilladas que la rodean. Estaba todavía jadeante, despeinada, sudorosa, las mejillas sonrojadas, los ojos vidriosos. Se ha metido en uno de los baños. Se ha sentado y entonces la ha visto y un tremendo calor de vergüenza invade su cuerpo. El primer orgasmo acompañado de su vida es más que evidente en forma de mancha oscura sobre los inmaculados pantalones blancos. Y ahora ¿cómo voy a salir con esto?
Menuda suerte. Acaba de ligarse a la niña más bonita de la fiesta. Pura casualidad o arte, ¿qué más da? Se llama Sara y tiene diecisiete preciosos añitos. Una cinturita apretada y un culo respingón atrapado en unos vaqueros blancos. Y un culo, se da cuenta ahora, que lo tiene sobre él y le clava los dedos con fuerza, tremendamente duro. ¿Y los pechos? Bendita costumbre esta de los escotes, el suyo es de vértigo, apenas apretadas las tetas sobre una triste tela gris, tensados los botones hasta el límite. Le ha costado mirarla a los ojos en el cortejo. Al final, después del primero beso, largo, intenso y cálido, lo ha reconocido. Y ella se ha reído, entre tímida y encantada. Están en la parte más oscura de la discoteca, en una especie de sillones, donde otras parejas entrelazan sus cuerpos. Ella se ha sentado primero tímida a su lado, y él ha sido tierno en las solicitudes, en las aventuras, en las internadas. Primero besos eternos acariciando su nuca. Notaba como suspiraba y como relajaba el cuerpo. La cosa iba bien. Después en el cuello, con la lengua, pequeños mordiscos y la mano a la cintura. Después ha buscado las tetas Y las ha encontrado, también en el camino la reticencia en forma de mano receptora. No. Pero era un no evidentemente tímido. Quizá un no, ahora no, o aquí no. La ha cogido con fuerza entonces y la ha sentado sobre él. Ha cogido una chaqueta y la ha tapado por la espalda, haciendo una especie de tienda de campaña del amor. Así, aislados del mundo, ella se ha dejado llevar. Las tetas saben maravillosamente saladas, el sudor del baile las ha perlado y están duras como melones, y suavecitas como la piel de un melocotón. Los pezones erectos han provocado un pequeño respingo de placer a su dueña al primer mordisco. La siente jadear sobre él, abrazada a su cuello, hundiendo el rostro en su cuello. Así ha empezado a moverse. No sabría a ciencia cierta si ha sido él o ha sido ella, pero han empezado a moverse, unidos, pese a la tela de los vaqueros, por los sexos. La coge del culo con fuerza y se concentra en el cuello, donde provoca los mayores gemidos de la pequeña Sara. La levanta con su pelvis y la baja contra su polla con la mano. Ella se frota con fuerza, se aprieta todo lo que puede, lo nota no solo en su polla, dura como una piedra bajo el peso del cuerpo de Sara, sino por como contrae el culo en cada bajada. Pero de golpe, sin previo aviso, después de apretarse tal vez con más fuerza que nunca, Sara ha salido disparada. Sin decir nada. Y lo ha dejado ahí, tirado, con la polla más dura que una piedra, frustrado y desconcertado…
SARA:
Sara está en el baño. Todavía no ha recuperado el aliento. Tiene unas ridículas ganas de llorar, mezcla de inmenso placer y tremendo remordimiento. Se ha mirado al espejo, nada más entrar, indiferente al resto de veinteañeras ultramaquilladas que la rodean. Estaba todavía jadeante, despeinada, sudorosa, las mejillas sonrojadas, los ojos vidriosos. Se ha metido en uno de los baños. Se ha sentado y entonces la ha visto y un tremendo calor de vergüenza invade su cuerpo. El primer orgasmo acompañado de su vida es más que evidente en forma de mancha oscura sobre los inmaculados pantalones blancos. Y ahora ¿cómo voy a salir con esto?
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