31 de mayo de 2010

EL ESPÍA


Lleva meses haciéndolo. No pudo evitar la tentación. No solo de alquilar el piso para poder verla, sino de adquirir todo tipo de artilugios para el espionaje. Así está cada semana, el mismo día, el que queda con sus amigos para jugar al fútbol, sentado en el apartamento, frente a la ventana, con los prismáticos, erecto, viendo como ella recibe a su amante. Es siempre el mismo ritual. La mujer espera a quedarse sola para darse una ducha. De esa ducha apenas si tiene información. Pero no le cuesta imaginársela. Ahí es donde empieza a masturbarse, muy despacito, sabiendo que el climax ha de llegar con tiempo. No tarda en llegar su amante, un tipo joven y fornido, pero con cierto aire de macarra de los setenta. Cuando se encuentran siempre se funden en un intenso abrazo y un beso cargado de erotismo que él logra ver por entre las cortinas del salón. Ella siempre hace lo mismo, como si llevara toda la vida esperándolo, lo desnuda con presteza, todavía puesto el albornoz, y recorre su cuerpo con la lengua, llevándose la polla a la boca no pocas veces en el camino. A él le tiemblan los prismáticos, sujetarlos con una mano, el ligero vaivén y la excitación no ayudan. Pese a la imagen borrosa logra seguirlos hasta la habitación. Unas veces ella encima, otras ella debajo, a cuatro patas, las variedades son muchas. No pocas veces los ha visto culminar el encuentro con sexo oral, tal vez el manido 69, o ella recibiendo la descarga en su boca, en sus pechos. Como hoy. Le ha dado la impresión de que ella lo ha sentido antes y es como si le hubiera dicho, espera, parece haber leído en los labios, ahora en mis tetas. El macarra se ha puesto a los pies de la cama y ella ha empezado a metérsela en la boca, hasta que por fin ha llegado el orgasmo, con tanta claridad para los dos, que casi, además de verlo, ha podido escuchar sus gemidos de animal herido. Ella recibía la descarga en las tetas y él, que intentaba mantener la visión de los prismáticos para ver como jugaba con la polla y el semen, ha tenido que bajarlo para concentrarse en su propio orgasmo, triste y solitario, que ha llenado su mano también de semen, este yermo y frío casi al instante. Y así culmina el ritual. El joven se despide después de un poco de empatía y se va a la carrera. Cuando se limpia la mano lo ve alejarse en la moto. La mujer vuelve a la ducha y tal vez al salón, a ojear distraída una revista. Él recoge sus bártulos, sin prinsa pues ha de hacer tiempo hasta los noventam minutos reglamentarios, los mete en la bolsa de deporte y se va a su casa. Cuando entra su mujer está en el salón, satisfecha, leyendo una revista. Se saludan con fingido interés ¿Qué tal el fútbol? Bien, hemos ganado. Se deja caer en el sofá, guardada la bolsa en lugar seguro. Anochece en la ciudad, pero aun así puede ver, al otro lado de la calle, la ventana del apartamento del que hace apenas diez minutos acaba de bajar.

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