18 de marzo de 2010

EL SUEÑO

La escena es la siguiente: hay un hombre de mediana edad en su mesa de trabajo, está repleta de papeles, la pantalla tintinea sobre su rostro. Acaba de colgar el teléfono con gesto rutinario y se dispone a escribir algo cuando vuelve a sonar. Lo mira con mohíno fastidio y lo deja sonar. Dos, tres, hasta cuatro veces. Puede más el timbre que su paciencia y descuelga. Se escucha al otro lado del auricular una voz acalorada, acelerada, enfadada. Él intenta serenar, usar las tácticas aprendidas y tantas veces utilizadas, los entiendo, está usted en lo cierto, mi intención es ayudarle, si me deja ver su incidencia. Pero al otro lado del hilo telefónico el nivel de enfado es inversamente proporcional al de educación y respeto. El trabajador suspira, se aparta un poco el teléfono a fin de que los insultos e improperios pierdan fuerza en el aire. Intenta reconducir la conversación hacia un camino más relajado y práctico, que le permita ver como solucionar un asunto demasiado confuso entre tanta descalificación. Tras él se adivina el trajín de una oficina cualquiera, personas que van y vienen, contestan, escriben, llaman, hasta que, mientras el interlocutor de nuestro protagonista prosigue con su escalada peyorativa, empieza una especie de celebración. Se escuchan gritos, hay compañeros que se abrazan, otros que se tiran al suelo como si hubieran marcado el gol de la final de la Champions. Alguna mujer parece llorar sinceramente emocionada. Nuestro amigo aparta el teléfono, en el que prosigue la letanía descalificativa, está desconcertado porque no sabe que ocurre. Sí, le entiendo, pero quizá si me dejara...en ese momento recibe un abrazo por detrás. También un beso. Alguien le dan un empujón, ríe ostentosamente y le entrega un recorte de periódico, al tiempo que puede leerse claramente en sus labios "nos ha tocado". ¿Qué? susurra nuestro entregado trabajador ¡¡¡¡ Que nos ha tocado !!! a puro grito responde su compañero. Mira el recorte, a todos, locos de alegría, mientras el interlocutor sigue y sigue y sigue. Busca la cifra y los ceros le marean. Intenta hacer un cálculo pero no puede. Verá, corta a su cliente de forma tajante. Verá, ya he escuchado lo suficiente y ahora, si usted tiene capacidad para escucharme, que lo pongo en duda, ya que ésta depende directamente de la capacidad neuronal y de empatizar, ambas cuestiones que pongo en serias dudas dado su reciente discurso, digo, que si fuera capaz de escucharme le daría una serie de opiniones que si bien no van a solucionar al 100% los problemas que, pese a todo, ha sido incapaz de contarme, van a dejarnos, al menos a uno de los dos, con una envidiable tranquilidad. Le agradezco este sorprendente silencio. Al minuto y medio de su llamada, después de varios intentos de intentar entender algo más allá del insulto, he empezado a acordarme de la madre del topo...¿que quién es la madre del topo? ¡¡¡ pues topota madre !!! porque su madre no dudo que será una santa de misa obligada, pero es usted un perfecto hijo de puta, de los profesionales, eh, de los que podrían ir a un reunión de hijos de puta y salir ovacionado entre sus colegas; y no quiero entretenerle porque tratando así a sus proveedores es posible que tenga una agenda muy ocupada, así que si es capaz de sacarse el calzoncillo del culo le pediría que hiciera un canutillo con todos los documentos que en estas semanas pacientemente le he ido enviando y, pasando previamente por el cuarto de baño en busca de lubricante, que uno tiene un corazoncillo, se lo mete usted por el culo. No olvide las últimas facturas, ya que estas vienen impresas en el nuevo papel y le dará un interesante toque colorido a la escena. Después, sin sacarse todo este material, creo conveniente que se meta en una habitación y que cierre la puerta por fuera. No olvide su teléfono, porque tendrá ganas de llamar a su puta madre. Después se despide con un educado que tenga un buen día y corre a abrazarse a sus compañeros.

Nota: cualquier parecido con la realidad...

1 comentario:

ralero dijo...

Entre Kafka y Cela. Se lee con empatía. Espero que un día nos toque. Habría mas de un hematoma, autoinfligido, en el brazo.

Y, rimando con brazo...

Un fuerte abrazo.