19 de octubre de 2009

DESPEDIDA DE SOLTERA


Sabía que habría algo de esto. Una fiesta organizada por Sandra y Alicia debía contener, además de las dosis justas de alcohol y drogas (la cena ha sido una sorpresa) algo de sexo y guarrería. La segunda parte venía ya desde la primera caña en forma de ordinarias pollas de plástico en la cabeza. Así alguna, sentenció, tendrá si quiera una buena polla que llevarse a la boca. Así es Sandra, y el tiempo no ha logrado aplacar su vulgaridad. Y la primera empieza ahora, con una música hortera que invita a lo peor. Está sentada en una silla en el centro y vitoreada por todas, a la espera aparecer en cualquier momento o una drag queen, versión a) de sus variables, o un bombero (Alicia sabe de su debilidad por los uniformes) con una buena manguera en ristre. El sonido de una pisada firme certifica el acierto, viene un bombero. Con casco y todo, tiene pinta de ser incluso un traje oficial, lo cual le trae ciertas reminiscencias de cierta visita como reportera, en fin, prefiere, a tres días de casarse, no recordar demasiado sus locuras de juventud. El bombero que no es bombero es un tipo alto y musculazo, el traje no basta para disimular su afición a las pesas, que se mueve con demasiada soltura para ser un machaca de gimnasio. Se pasea primero por todas las mesas y juraría que al verla se ha quedado algo paralizado, tal vez porque es la primera vez. Ahora va mesa por mesa contoneándose y pidiendo ayuda para quitarse la ropa, todo menos el casco. Las comensales son bastante certeras en sus respuestas, así que además de algún mordisco en la nalga, el bombero, vestido ya con tanga y casco, ha recibido la ayuda que buscaba. Ahora sí, se acerca a ella. Se pone sobre sus rodillas. Tiene un cuerpo perfecto, marcadas abdominales, espaldas de nadador y pecho imberbe. Los brazos parecen melones tensos que se divierten con las caricias. Le lleva las manos por el cuerpo, por el culo, por la espalda, por el pecho, y ella está encantada, entre las risas de las amigas que empiezan a gritar algo así como toalla y crema, toalla y crema. Ella, poco aficionada a estas fiestas, no sabe de qué habla, pero cuando el bombero, extrañamente todavía con el casco, pide a la audiencia más clamor en las peticiones y vuelve con un bote de crema y una toalla, hace la composición de lugar necesaria y sonríe, esperando si la manguera del bombero está a la altura del resto del equipo. Y sí, vaya que sí lo está, cuando se la unta de crema, tapados ambos por la toalla, no lo duda un instante y apartando la nata con la mano, se mete la polla varias veces en la boca, después lleva un poco de nata a su nariz y sonríe. El bombero quita la toalla y todas aplauden estruendosamente cuando descubren la mancha de nata. El bombero pulula por las mesas y ya sin toalla unas más y otras menos, van probando la nata. Alguna, incluso, si la dejaran, se llevaría al bombero y su manguera a casa para cuidarlo como se merece. Terminada la ronda vuelve con ella. Ahora se tapa entero el cuerpo dejando que se lleve la nata de los pezones, la nalga y, como no, otra vez de la polla. En ese momento se levanta la visera del casco y ve unos ojos claros como el mar, una mirada penetrante y reconocible. Se queda algo paralizada, irónicamente paralizada ante el estruendo general. Le vienen pequeños flashazos, una playa de Ibiza, un verano atrás, un tío guapo, enorme, una tentación irresistible viendo como la miraba y como se movía en la pista, un orgasmo en una hamaca de la playa, una deuda soltada al aire como quien se despide asustada y con prisa. Antes de seguir con los últimos juegos le susurra “al terminar en el almacén, no conseguí olvidarme de ti y de tu deuda” y siente como la excitación se ha disparado por sus sentidos con tan sencilla frase. Termina el baile y se despide entre vítores. Todas bromean, encantadas, divertidas, puede que hasta excitadas, pero ella no deja de pensar en la hamaca, en unos labios listos como ningunos, en una cabeza entre los muslos, una cabeza entregada y generosa. Se decide y entre el revuelo general desaparece. El bombero que no es bombero por mucha manguera que luzca la espera semidesnudo. Sabía que vendrías. Se funden en un beso largo, intenso y ella vuelve a sentir la poderosa musculatura de su infidelidad. La deuda, susurra él apretándole fuertemente el culo con las manos. Es verdad, sonríe ella, la deuda. Se cerciora primero de que el almacén no tiene ventanas y está cerrado- está la hermana de mi novio en la sala- se justifica, y se arrodilla sin remilgos. Se mete la polla en la boca con prisas, quiere saldar la deuda cuanto antes y cerrar la puerta. El bombero no tiene tanta prisa, pero ella sabe perfectamente como encontrar alternativas a la calma. Lengua por aquí, mano por allá, antes de que el bombero quisiera darse cuenta estaba corriéndose en sus labios. Un par de lametones más y un beso, a modo de despedida. Soy mujer de palabra, le dice recolocándose la ropa. Pensé que no volvería a verte, contesta él, recuperando el aliento. Yo tampoco. ¿Irás a la Ibiza este verano? No, soy una mujer casada, yo no volveré a Ibiza. Cierra la puerta a su salida y retorna entre risas y cánticos a su fiesta, que debe continuar.

2 comentarios:

dafne dijo...

Se puede decir que era una mujer de palabra eh??? jejejej

Delantal Bombero dijo...

Increíble fiesta. Parece casi la versión femenina de the hangover la peli