20 de julio de 2009

EL REGALO


Pese a todo, ha ocurrido por sorpresa. Ya se había olvidado del regalo. Estaba sentada en el trabajo, tecleando facturas con la mente puesta en otro lugar, en otro mundo, un mundo que sin quererlo se ha tornado en curvas sinuosas, perladas por el sudor, en piel erizada, en caricias furtivas, intensas, en cuerpos entregados, gimientes, fusionados. Se ha recolocado en el sitio, un movimiento de cadera imperceptible para el resto de los mortales, pero que ha abierto directamente las compuertas del placer. Lleva un vestido corto y fino, típico de los calores del verano, de tirantes, para lucir ese moreno recién logrado. Abre ligeramente las piernas sin dejar de bailar la pelvis, verdadero centro de todas las sensaciones. Mira a un lado. Mira a otro. Está sola. No va a poder resistir la tentación. Pone la mano sobre el teclado, la otra sobre el ratón, inútilmente ambos. Ahora junta las rodillas para aumentar la presión en su sexo. Al tiempo que mueve la pelvis de adelante a atrás, las junta con más fuerza, como si quisiera apretar la vida entre sus piernas. Recuerda. Viaja en la memoria primero, pero después fantasea. Es el momento. Desde que vive en pareja no tiene tiempo de masturbarse, así que su placer es maravillosamente monotemático. Es un buen momento para imaginar, para fantasear con lo que nunca ocurriera y jamás vaya a ocurrir. Su vecino, ese tipo alto, de mirada penetrante, ojos misteriosamente oscuros, en los que una parece adivinar un pasado atormentado. Ese mentón barbado, esas manos de pianista, con largos dedos que nunca la tocaron. Bueno, ahora lo hacen, tal vez en un cruce en el ascensor. No tiene tiempo de preámbulos, el guionista de sus deseos sabe adaptarse a sus necesidades, así que mientras ella sigue sus movimientos rítmicos, él la ha llevado a la casa del vecino, sin tiempo siquiera de desnudarse, se ha instalado entre sus piernas. Sabe a tabaco y a colonia cara. Le pincha la barba, entre los muslos, porque el guionista y el vecino tienen prisa. Le aparta el tanga y le come el coño con certera pericia. Hidratación. Lubricación. Un dedo como arpón explorador que retorna con la buena nueva. Nada más. Después se ha bajado los pantalones, y el guionista ha sido tan generoso que no ha podido evitar un suspiro. Suerte que está sola ahora mismo en la planta. Es tan grande que no le cabe en la boca apenas el glande, rosado y sabroso. Después el vecino la pone de rodillas en el sofá, le levanta el vestido y aparta de nuevo el tanga. Con la polla tantea el camino, regalándole al culo algún maravilloso roce, que, poco valiente que es también el guionista, se ha quedado en eso. Quizá, piensa, cerciorándose de sigue sola en la planta, sin dejar el ratón, sin dejar el teclado y sin dejar de mecer su coño sobre la silla, hubiera tenido que metérmela por el culo. Es una fantasía recurrente pero compleja, su mente le pediría explicaciones, a la parte racional no le bastaría que entrara sin más, habría que entender la ausencia de dolor y los demás inconvenientes que han hecho de eso una fantasía más. Así que la polla entra en el coño. Por suerte su parte racional se ha concentrado en el culo y no en la ausencia de preservativo, que los sueños no contagian enfermedades. Las embestidas que imagina son brutales, tanto que le tiemblan los brazos y apoya la cabeza en el brazo del sofá para no caer. Muerde la tela. Él la tiene presa por la cintura, y siente sus dedos como astas ardientes que cercenaran su piel. El guionista, un genio de los tiempos, ha fusionado la descarga de la leche de su vecino dentro de su cuerpo, que ha sentido con caliente claridad, con su orgasmo real, en el mundo donde todas estas cosas raramente ocurren. No ha podido evitar encoger la cabeza entre los hombros al sentir la humedad del orgasmo manchar su ropa interior y, quién sabe, hasta la tenue tela del vestido. Cuando recupera la compostura escribe un email a su pareja titulado las bolas chinas: solete, menudo regalo, acabo de estrenarlas, aquí ¡ en el trabajo ¡. Le da a enviar y casi al instante llega la respuesta. ¿Has pensado en mí? Pero ya tiene demasiado trabajo para contestar.

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