13 de julio de 2009

EL LA PLAYA NUDISTA


Es una maravillosa casualidad que la playa esté totalmente desierta. El aire de la mañana, todavía fresco, lame su piel. Siente la evidencia de todo su cuerpo, desde los pies hasta la punta de la nariz, por la suave caricia de la brisa. Tiene los pezones erectos y se los acaricia inconscientemente mientras abre los ojos por primera vez en horas. A lo lejos se le ve. El cuerpo desnudo y escultural, empapado por el agua de un mar que acaba de abandonar. La luz del sol juega con sus pectorales imberbes, con sus abdominales, con la musculatura de unas piernas de poderosa pisada. La belleza de la estampa aumenta según se acerca a ella, sonriente, moviendo los brazos grácilmente, pareciera que bailara sobre la arena de la playa. Ella se lleva las manos a la frente para no perder un solo segundo de la maravillosa visión. Ya está a su altura. Se arrodilla, el pene semierecto. Controla el impulso que la hubiera llevado a cogerlo. Él se inclina hacia ella y comienza a besarla. La lengua invade su boca y con ella el sabor del mar, profundo y ancestral. Los pezones parecieran salirse de su propio cuerpo. El pene termina el proceso de erección, y lo sabe no porque lo haya visto, sino porque por fin no ha podido evitar la tentación de acariciarlo. El beso es largo, intenso, provocando la fusión definitiva de sus cuerpos. Ha ido ejerciendo la fuerza necesaria, tenue y programada, para que ella se dejara recostar sobre la toalla. Entonces ha sentido toda potencia de la polla sobre su vientre un delicioso instante. Se deja hacer. Le acaricia el pelo, la espalda, pero no se encuentra con fuerzas, sumida en una especie de delicioso sopor etílico, para activar sus extremidades o sus dedos en tareas más refinadas. Él, en cambio, tiene un plan muy claro, cubrirle todo el cuerpo con el calor de su boca. Lo hace con paciencia, deteniéndose lo necesario sobre los pechos, sobre la cintura, sobre las rodillas, los pies, los tobillos, hasta que le abre las piernas y durante unos segundos observa la estampa, ese coño húmedo que espera su lengua o su polla. Es la lengua la primera. Sin prisas, como hasta ahora. Entra en él hasta el fondo, despacio, como un arpón haría en la carne caliente de la pieza cazada. Con el dedo acaricia el clítoris y con otro, húmedo, se centra en el culo. Ella arquea el cuerpo, levanta la pelvis, para que no haya ningún rincón inaccesible. Es incapaz de sentir e identificar todos los movimientos que sobre su cuerpo ejercen las manos y la boca de su amante. Es todo un amasijo de deliciosas sensaciones que culmina en la parte baja de la espalda, en un calambre constante en su columna vertebral. Pasados unos minutos, que bien pudieran haber sido un segundo o una vida entera, el escultural cuerpo se reincorpora y la mira. Disfruta del preciso cuerpo jadeante y después la penetra, suave e intensamente. No se inclina sobre ella, sino que se arrodilla, colocando las piernas de ella detrás de él, justo por debajo de su culo. Los movimientos son muy lentos, profundos, intensos. Con la mano accede a su clítoris y comienza a acariciarlo. Ella no va a resistir mucho, pero no es consciente, es incapaz, por mucho que las manos se aferren a la toalla, de permanecer atenta a la realidad. Gime, mueve el culo para facilitar la penetración y se deja llevar. Por eso el orgasmo la invade por sorpresa, provocándole espasmos eléctricos en todo el cuerpo, que hacen que los dedos de sus pies adquieran vida propia. Curiosamente el orgasmo sí logra devolverla a la realidad, a la playa aparentemente desierta y a la polla que todavía está dentro de su coño. No quiero que te corras dentro. Él entiende los gestos, la intención, y se sale de ella. Comienza a acariciarse, a masturbarse. Ella primero se inclina hacia atrás, disfrutando del cuerpo perfecto en escorzo, polla en mano, mirada perdida al cielo, los músculos en deliciosa y sexual tensión. Después se acerca a él, se pone a su altura, de tal forma que sus pechos quedan a unos centímetros de la polla. Allí llega el semen, en un par de golpes calientes que se pierden en el canal de sus pechos. El joven sigue los movimientos, y ella busca la polla con sus pechos, como si no quisiera desperdiciar un solo mililitro del maravillo néctar. Después el joven la besa con ternura, con cariño, la acaricia el pelo y, sonriente, le dice en un idioma que ella no entiende que ha sido una maravillosa casualidad encontrarse en una playa desierta, y que le encantaría que mañana volvieran a encontrarse. Ella lo ve alejarse. Observa durante unos segundos el culo más hermoso que jamás hubiera visto y después se deja caer. Cierra los ojos y entonces ni la evidencia reseca del semen en sus pechos la impide pensar que todo ha sido un sueño, un maravilloso sueño.

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