Las escaramuzas de la noche anterior, que habían dejado no pocas heridas en el batallón, anticipaban una jornada larga, una batalla ardua y dura en defensa de la plaza. Además, habían reforzado al vampírico enemigo, que sobrevolaba el campo de batalla con fuerzas renovadas. La táctica estaba clara, a campo abierto. La canícula de la noche no favorecía el camuflaje de la piel, que perlada de sudor era un reclamo incesante para el enemigo; por eso los batallones de dedos se preparaban para la lucha cuerpo a cuerpo desde el primer instante. No tardaron en llegar los primeros petardazos. La historia era siempre la misma, el cuerpo de mando de cada uno de los batallones daba una orden certera, basada en lo que los espías sensitivos, repartidos por todos los poros de la piel, habían transmitido: ¡ ahí ! y se lanzaba la mano en un certero golpe, los dedos extendidos para facilitar un mayor campo de golpeo. Pero el enemigo no caía. Los espías, sobrepasados, confundían las informaciones y las bombas dactilares caían sobre gotas de sudor, sobre arrugas de la sábana o simplemente sobre reflejos de presencia enemiga. Ningún vampiro había caído bajo el bombardeo, y un batallón había decidido, incluso, pese al calor, esconder a sus tropas bajo el abrigo de la sábana, en espera de que los vampiros no encontraran la forma de minar sus defensas. Entonces el batallón de vanguardia decidió olvidarse de Kioto y tal vez hasta de la Convención de Ginebra, y recurrió sin remordimientos a la guerra química en modo de insecticida, que sobrevoló todo el campo de batalla dejando su perfumado aroma de esperanza. Terminado el gaseo hubo unos instantes de silencio que parecían presagiar el comienzo del fin; pero no fue más que una recomposición del volador enemigo, que volvió al ataque, utilizando para ello, incluso, la guerra psicológica, consistente básicamente en pasearse chulesco y zumbero por los pabellones auditivos en post de minar la moral del centro de mando. Los picotazos han sido múltiples. Las bajas incontables. Todavía no hay un comunicado oficial, pero nos tememos lo peor.
La noche ha sido larga, muy larga, y las evidencias de la derrota, que pican, nos harán tomar medidas más drásticas. Ya podrá venir el mismísimo señor Kioto a pedirme de rodillas que proteja la capa de ozono que esta noche el señor Insecticida y yo haremos un buen barrido del campo de batalla. Esta noche, y que me perdonen en Ginebra, no pienso dejar enemigo vivo, no tengo la más mínima intención de hacer prisioneros, porque esta noche la batalla la gano yo.
La noche ha sido larga, muy larga, y las evidencias de la derrota, que pican, nos harán tomar medidas más drásticas. Ya podrá venir el mismísimo señor Kioto a pedirme de rodillas que proteja la capa de ozono que esta noche el señor Insecticida y yo haremos un buen barrido del campo de batalla. Esta noche, y que me perdonen en Ginebra, no pienso dejar enemigo vivo, no tengo la más mínima intención de hacer prisioneros, porque esta noche la batalla la gano yo.
4 comentarios:
Tu sigue así, cepillándote inmisericorde a los animalitos de Brahmā y jamás alcanzarás el Nirvana, jajajajaja.
Abrazos.
Ya verás como queda camuflado algún espía...no lo digo por desanimar eh..
Besos
¡Oye, que te mando al Tir!...tiene un oído increible, chico. Oir a sus hijos no , pero un mosquito en la noche.......repito, yo sigo alucinando. ¡Mucha Mierda para esta noche!
¡ Ganamos ! una batalla...ahora nos queda la guerra...
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