En los cuentos no muere nadie. En los cuentos la princesa espera paciente el beso del príncipe, que se acerca en su corcel blanco, melena al viento, para servir a todos el plato de perdices. Pero en la vida, que a veces es un cuento en su versión amarga, las personas mueren, los seres queridos dicen adios y no hay perdices para todos. La protagonista de mi cuento es la mamá de Ágata. Ella vivía en las lejanas tierras, al otro lado del gran mar, en un país llamado Venezuela. Estaba enferma, muy enferma, pareciera como si su cuerpo hubiera decidido que del camino había recorrido todo lo que le correspondía. Pero la mamá de Ágata tenía una ilusión por encima de todas: ver a su hija de blanco decirle sí a su príncipe, que aunque no llevaban melena rubia al viento ni corcel blanco que se preciara, era el amor de su vida. Así que Ágata, que hubiera hecho lo que fuera por ver feliz a su madre, inventó una boda donde no la había, una boda con la que no contaba, e hizo todo lo que tuvo que hacer para que la protagonista de mi cuento cruzara el inmenso mar desde el lejano país. La mamá de Ágata estuvo allí, cruzó el mar y pudo ver como su hija le decía sí al resto de una vida en un altar, hermosamente vestida de blanco. Después, la mamá de Ágata, como si hubiera firmado un pacto con su cuerpo, con su enfermedad, vosotros dejadme verla de blanco, en el altar, y yo después me dejaré ir sin hacer ruido, dijo adios. Porque en la vida, que es como un cuento en su versión amarga, las personas que queremos se mueren. Se van. Nos dejan.
Ágata e Ivan, el príncipe, son mi gente. Porque en la vida, que es como un cuento, los protagonistas son las personas a las que queremos. Solo espero que la tristeza no tarde mucho en disiparse. Porque en la vida, que es como un cuento en su versión amarga, las personas tienen que aprender a recordar y a vivir con la ausencia. Millones de abrazos desde este humilde rincón de mi corazón.
1 comentario:
Van también mis abrazos.
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