Esto es, ya un poco menos implícito, lo que realmente sucedió:
MELONES
Ella, hortelana vocacional, no obstante era una mujer culta que, tras cursar y acabar con sobresaliente las licenciaturas de filología inglesa y ciencias ambientales, cansada del tumultuoso estrépito y la premura patológica que impregnaban su vida en la ciudad, tomó la decisión de volver a sus raíces campesinas y se instaló en una pequeña casita en las afueras del que fuera el pueblo de su infancia. Allí dedicaba buena parte de sus horas a cuidar con mimo del huerto que poco a poco hizo ir creciendo y en el que lo ecológico nunca dejaba de estar presente: riego por goteo, abonado exclusivamente a base de estiércol, control biológico de plagas… De este modo, cosechaba una gran variedad de hortalizas y frutos de calidad entre los que siempre destacaron sus sabrosos y enormes melones. Su nombre era Mercedes, aunque en el pueblo –nunca he sabido el porqué- todos la llamábamos Ceres. Lindando con su huerto, casi rodeándolo y ahogándolo por completo, se encontraba el latifundio de Pepe el “Manguera”, apodado así porque, no queriendo saber nunca nada acerca de producciones ecológicas o integradas, desde siempre había dado de beber a sus pagos abusando del ya más que obsoleto sistema del riego a manta, pese a lo cual sus cosechas nunca fueron abundantes ni lustrosas. El “Manguera”, una tarde que paseaba con los perros comprobando el estado de sus mieses, quedó prendado de los melones de “Ceres” y, con la única intención de descubrir los arcanos que hacían posible tamaña tersura y exquisito porte, comenzó a pretenderla de modo pertinaz y generoso. Y así estuvo hasta el mismo día en que, por mediación de un rayo, lo sorprendió la muerte. Nunca pudo comprender los motivos de que, pese a su acaudalada hacienda, su dadivosa galantería y su notable apostura, jamás Ceres le hubiese concedido sus favores. Ella, entretanto y en absoluto secreto, siempre había estado con el “Tomate”, un campesino de tez rojiza y grandes manos que, al igual que ella, había consagrado su vida a la agricultura ecológica.
Bueno, es que estoy con una pequeñas vacaciones y, aunque tengo que hacer un poco de limpieza, al estar los niños en el colegio, tengo tiempo para comerme el coco.
Por cierto, como me ha gustado el reto me lo llevo a mi blog por si a alguien tamibén le apetece seguir jugando por allí.
3 comentarios:
Esto es, ya un poco menos implícito, lo que realmente sucedió:
MELONES
Ella, hortelana vocacional, no obstante era una mujer culta que, tras cursar y acabar con sobresaliente las licenciaturas de filología inglesa y ciencias ambientales, cansada del tumultuoso estrépito y la premura patológica que impregnaban su vida en la ciudad, tomó la decisión de volver a sus raíces campesinas y se instaló en una pequeña casita en las afueras del que fuera el pueblo de su infancia. Allí dedicaba buena parte de sus horas a cuidar con mimo del huerto que poco a poco hizo ir creciendo y en el que lo ecológico nunca dejaba de estar presente: riego por goteo, abonado exclusivamente a base de estiércol, control biológico de plagas… De este modo, cosechaba una gran variedad de hortalizas y frutos de calidad entre los que siempre destacaron sus sabrosos y enormes melones. Su nombre era Mercedes, aunque en el pueblo –nunca he sabido el porqué- todos la llamábamos Ceres.
Lindando con su huerto, casi rodeándolo y ahogándolo por completo, se encontraba el latifundio de Pepe el “Manguera”, apodado así porque, no queriendo saber nunca nada acerca de producciones ecológicas o integradas, desde siempre había dado de beber a sus pagos abusando del ya más que obsoleto sistema del riego a manta, pese a lo cual sus cosechas nunca fueron abundantes ni lustrosas. El “Manguera”, una tarde que paseaba con los perros comprobando el estado de sus mieses, quedó prendado de los melones de “Ceres” y, con la única intención de descubrir los arcanos que hacían posible tamaña tersura y exquisito porte, comenzó a pretenderla de modo pertinaz y generoso. Y así estuvo hasta el mismo día en que, por mediación de un rayo, lo sorprendió la muerte. Nunca pudo comprender los motivos de que, pese a su acaudalada hacienda, su dadivosa galantería y su notable apostura, jamás Ceres le hubiese concedido sus favores. Ella, entretanto y en absoluto secreto, siempre había estado con el “Tomate”, un campesino de tez rojiza y grandes manos que, al igual que ella, había consagrado su vida a la agricultura ecológica.
Coño, y todo esto de una frase, eres un crack, que diría mi hijo.
Bueno, es que estoy con una pequeñas vacaciones y, aunque tengo que hacer un poco de limpieza, al estar los niños en el colegio, tengo tiempo para comerme el coco.
Por cierto, como me ha gustado el reto me lo llevo a mi blog por si a alguien tamibén le apetece seguir jugando por allí.
Un abrazo.
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