26 de abril de 2010

EL SUIZO


Fragmento de la novela (inconclusa) "Y ahora ¿qué?"
La habitación era pequeña y por el contrario a la suya, que compartía con una impresentable compañera de clase, estaba ordenada y limpia. Impensable en un español. Rogger se sentó en la cama y la atrajo hacia él. La abrazó con fuerza por la cintura. Candela acarició su pelo y se fue relajando. La ropa iba cayendo poco a poco, acompañada de los primeros besos y las primeras caricias. Certeras las de él, torpes y nerviosas las de Candela. Rogger tenía un cuerpo fibroso, quizá demasiado delgado para la vista, pero muy interesante al tacto, lleno de rincones musculados y misteriosos. Cuando estuvieron en ropa interior Rogger llevó la mano de Candela a los calzoncillos. Allí fue recibida por una imponente erección. Esto es por ti, dijo esta vez en inglés, all for you. Candela se dejó llevar, cogió la polla erecta con la mano, todavía sobre la tela de los slips y disfrutó de aquello como un triunfo. Mientras ella jugueteaba Rogger empezó a besar sus pechos, con pasión, amasándolos con las manos en movimientos intensos. Candela empezó a gemir. Le gustaba. Tener la polla y sentir los besos y las caricias de Rogger estaba siendo reveladoramente intenso. Rogger la tumbó sobre la cama y la desnudó al completo. Candela estaba muy excitada y reaccionaba con una naturalidad que en nada denotaba su inexperiencia. Le quitó los calzoncillos y continuó acariciando la polla mientras se dejaba besar y acariciar, tumbada en la cama. El calor de la polla y cierta humedad aumentó su excitación y sintió un ancestral y desconocido deseo de ser penetrada. Pero Rogger tampoco tenía demasiada prisa, no quería cometer error alguno. Además, para qué negarlo, el cuerpo de aquella adolescente gimiente era especialmente espectacular. Lo que mejor le hacía sentirse a Candela no era la excitación o la seguridad de Rogger en todo lo que hacía, sino la empatía que buscaba con ella en cada nuevo paso. Así le susurró algo sobre su coño antes de ponerse entre sus muslos. Ahí Candela tuvo un acceso de timidez repentino. No, no, eso no. Ahora sería incapaz de recordar si lo dijo en inglés o en castellano, pero guarda en la memoria esa sensación de sentirse más desnuda que nunca. Rogger, en lugar de ofuscarse o incluso enfadarse ante la negativa, se incorporó para tumbarse a su lado ¿Nunca lo has hecho? Candela respondía con negativas silenciosas. Rogger estaba encantado, le resultaba más excitante todavía ser el primero en conquistar. Lo entiendo. Sabía que requería de las mayores dosis de empatía para culminar su conquista. Vamos a hacer una cosa, yo voy a volver muy despacito y voy a hacerte feliz, si te sientes incómoda, si no te llevo a un lugar maravilloso del que no querrás volver, solo tienes que decírmelo. Ella asintió con el mismo silencio y se dejó llevar ¿cómo no hacerlo ante aquella sonrisa? Rogger se esforzó por ser tierno e inciso al mismo tiempo, considerado y valiente, atento a cualquier gesto, a cualquier movimiento que pudiera denotar algún disgusto en Candela. Y lo hizo bien, muy bien, porque Candela lo único que podía hacer era intentar recuperar la poca timidez que le quedara para esconder sus gemidos. Curiosamente, en aquel delirio, en aquel dejarse llevar, pensaba en la polla que había tenido en las manos y que por algún mecanismo misterioso de su cerebro y de su deseo, quería tener en la boca a toda costa. Así que arrancó a Rogger de entre sus piernas, que asustado la miró con esos inconfundibles ojos de ¿la he cagado? universales más allá de las diferencias lingüísticas. Se arrodilló entonces y se llevó la polla a la boca. Le gustó el sabor y la sensación cálida y húmeda que invadió su boca. Hizo algún movimiento torpe que generó un ¡ ay ¡ divertido del suizo, hasta que se hizo con la situación y comprendió en que partes una podía ser más y en cuales debía ser menos intensa. Solo tiempo después fue consciente de lo que significaba aquello, el sexo oral entre las niñas de su edad era un tabú, de hecho solo alguna que otra lanzada de mala fama había reconocido haberlo hecho, y siempre quedaba la duda de que fuera una fantasía para alimentar su mala reputación. A ella le encantó, no lo iba a reconocer jamás, y menos ante sus amigas, pero los segundos volaban mientras ella aprendía a besar el sexo de un hombre, un curso acelerado en el que se mostró como toda una alumna aventajada. Tan aventajada que de no haber sido por Rogger, que supo ponerle fin a tiempo, aquello hubiera terminado con un orgasmo. Fue el suizo quien con la misma ternura con la que lo hacía todo, la tumbó de nuevo en la cama, se puso el preservativo sin que ella tan siquiera se diera cuenta y entró con cierta facilidad. Candela quería disfrutar de todas las sensaciones. Era tan mítico eso de la virginidad que pensaba iba a ser algo explosivo, quizá unas puertas enorme abriéndose de par en par dejando paso a un torrente incontrolado, pero no podía concentrase en sus propias sensaciones, estaba excitada, sin más, incapaz de centrar sus sensaciones, solo se abrazaba a su amante y apretaba el cuerpo todo lo que podía. Rogger hacía los movimientos intensos y lentos. Ella invitaba con su pelvis a que hubiera más velocidad, necesitaba que sus cuerpos se cruzaran una y otra vez, una y otra vez. El orgasmo de Candela estaba peligrosamente cerca. No sabía qué iba a ocurrir si se corría antes que él, pero tampoco tuvo tiempo de pensar una estrategia, porque sumida en un desconcierto llegó a un silencioso clímax. Fue como si después de todo hubiera sentido vergüenza, al menos de llegar antes a la meta. El orgasmo había sido, pese a todo, largo e intenso, y Rogger, ajeno a aquel desenlace anticipado, seguía moviéndose y arqueaba el cuerpo. Llegó entonces la inesperada sorpresa, Candela volvió a excitarse inmediatamente terminado el arrebato del orgasmo, viéndolo arqueando el cuerpo, la musculatura sometida, las embestidas ahora sí brutales. El desconcierto fue todavía mayor cuando se dio cuenta de que iba a sentir un nuevo orgasmo. Entonces Rogger anunció el suyo y ambos se abrazaron fuerte, muy fuerte, y los cuerpos se convulsionaron varias veces y como si fueran piezas de una frágil construcción que se derrumba, se dejaron caer en la cama, jadeantes. Entonces Candela empezó a reír. Era, sin más, la felicidad desborda la que movilizaba sus músculos y su rostro hacia la carcajada. Rogger se abrazó a ella y le dijo algo en francés que aunque Candela no logró entender, la hizo sentir por un segundo la persona más especial y única sobre la faz de la tierra. Quizá el primero de los dos orgasmos había sido más intenso para Candela, pero el segundo tuvo algo de especial, como casi todo en aquella habitación del pequeño pueblo italiano. Era la primera vez de tantas cosas que en ese instante, que cuando fueron recogiendo la ropa, volviendo con desgana a la mundanal realidad, que Candela fue consciente de que aquel pequeño rincón del mundo sería para siempre un santuario en su memoria. Se abrazó a Rogger con fuerza. Ha sido mi primera vez, le confesó. Él no pareció sorprenderse y acarició su rostro con ternura. No te olvidará. Ni yo.

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