11 de enero de 2010

LA GRAN NEVADA

Los dos han salido antes de casa, la incipiente nevada de la tarde les hizo ser precavidos, si salían pronto podrían evitar el gran atasco que se avecina. Todavía a oscuras coinciden en la puerta de la oficina. Anda, ¡ qué madrugadora ¡ Buenos días, quería evitar el atasco. ¿Tienes llaves? Pues sí, menos mal, sino con este frío esperando fuera. Entran y el calor les resulta agradable. Van encendiendo algunas luces y cada uno se acerca a su mesa. Enciende el ordenador y se acerca a ella. ¿Crees que con esta nevada llegará alguien a trabajar? Uf, pues mira, estaba en Internet y dicen que está toda la ciudad ya colapsada, mi jefa acaba de mandarme un email, que se queda trabajando desde casa. Sí, hubiera sido una buena idea, seguro que de mis chicas no viene ni una. Pues sí. ¿Te apetece un café? No es mala idea, no vamos a ser los únicos idiotas trabajando. El comedor es la parte más reconfortante de la oficina y el calor del café es reconstituyente. Hablan de cosas sin importancia, escondiendo, como pueden, la excitación que sienten ambos de encontrarse solos, precisamente ellos, en la oficina. Hablan de cuando se conocieron. Él llevaba ya unos años en la empresa, era el jefe del departamento y allí se presentó una morena de ojos verdes a suplir a la analista de ventas en su baja maternal. La analista no volvió a incorporarse y de eso hace ya casi una década. Él es divorciado, y ella lleva casada apenas cinco años, con el novio de toda la vida. Lo que no van a negar es la intensa química que hay entre ellos, por mucho que intenten evitarla. No me lo puede creer, dice él, hay todavía una botella de cava de las navidades ¡vamos a brindar por la nieve ¡ A ella le tiembla el pulso mientras lo hacen y él no puede evitar un erección imaginando ese cuerpo desnudo. ¿Sabes? desde que entraste a trabajar he sentido una especial fascinación por tu cuerpo. Ella, a la que le ha pillado maravillosamente por sorpresa el ataque indirecto, responde sincera: no te voy a negar que he sentido algo muy similar. Ella no esquiva del todo el envite, y se humedece los labios. Ese gesto ha sido algo más que un coqueteo o una llamada al ataque total, ha sido el preparativo del beso que se avecinaba. Las copas caen al suelo con estrépito mientras que comen las bocas con ansia de siglos. ¿Qué estamos haciendo? No lo sé ¿vivir? Se dejan caer en el suelo. Espera, sugiere ella, vamos al despacho de mi jefa, no quiero sorpresas. Suben las escaleras como dos fugitivos. Fuera nieva con intensidad y el día se afana por desperezarse. Ella se tumba en la mesa del despacho, loca de deseo, mientras él le regala un par de beses antes de romperle las medias. Se coloca entre sus piernas y comienza a comerle el coño por encima de las braguitas. Un dedo intrépido se adentra en la cueva y comprueba la humedad y el deseo, que se adhiere al nuevo inquilino con violencia. Se baja los pantalones. Ella lleva la mano a la polla para comprobar la tremenda erección. Entra, apenas apartando la tira del tanga con una mano, con tremenda facilidad. El teléfono cae al suelo, algunos papeles también, otros objetos que no tienen la más mínima intención de identificar, sigue el mismo camino. Las embestidas son brutales, sienten la premura del deseo contenido. Ella se agarra a la mesa con las dos manos para no acabar como el pisa papeles con forma de Torre Eiffel. El hunde sus gemidos entres los pechos semidesnudos, sintiendo el calor y el aroma a deseo. La coge por el cuello y le da un largo beso. Creo que voy a correrme ahora mismo, gime en su cuello. Vale, espera, un poquito más. Ella se agarra a su espalda, con fuerza, aprieta el culo para sentir la polla en toda su intensidad dentro de su cuerpo, hace un par de movimientos circulares sobre ella, que ejercen un mágico efecto sobre su clítoris y se manifiesta dispuesta. Vamos, vamos a corrernos. Se mueven con sorprendente coordinación, agarrados a donde pueden para mantener los cuerpos unidos, fundidos. Ella se deja caer primero. Unas embestidas más tarde lo hace él. Y unos segundos después llegan los remordimientos. Se recomponen en silencio, todavía jadeantes, los corazones aun entregados al deseo, pero la razón ya camino de la cordura y la realidad. Esto…sí, mejor será…no volverá a pasar ¿verdad? sugiere ella recolocando algo la mesa. No, no volverá a pasar, miente él. Serán incapaces de mirarse a los ojos en días, y de hablarse en semanas. Entre tanto, la mujer de la limpieza juró y perjuró que ella no había roto la dichosa réplica del edificio parisino.

3 comentarios:

dafne dijo...

Tras la lectura..me reafirmo en que,lo más práctico,además de bonito,son las medias con liguero.

Besos!!!

Elena dijo...

¡Pobre señora de la limpieza!,ja,ja,...

Milena dijo...

jaja ¡cómo quema esa nieve !