No lo puede evitar. Es notar el calor del agua golpearle la nunca y sentir un escalofrío profundo que hace temblar los cimientos de su cuerpo. Abre las piernas ligeramente para no perder el equilibrio y echa la cabeza hacia atrás. Así el agua golpea, caliente y fuerte, sobre su frente. Los riachuelos de lava que surgen de ese juego recorren su cuerpo dejando un rastro de maravilloso placer. Por entre los pechos se cuela la mayor cantidad de agua, que lanzada por su vientre, que empieza a hacer algo similar a una basculación, sale despedida contra la pared blanca. El pelo recoge también una interesante cantidad de agua que en forma de cascada se cuela por la espalda hasta terminar en el culo, donde se demora un instante, regalando alguna caricia ardiente al coño, antes de caer por la cara interna de los muslos. Los pezones, que una esperaría erectos ante el frío, se disparan como ballestas, auténticos termómetros del placer. Con los dedos, primero muy suave, va saboreando el calor del agua en su propio cuerpo. Primero en los pechos, donde ejerce una presión especial, después por el vientre, por la cara interna del muslo, en las nalgas. Se da la vuelta y ahora el agua cae directa sobre sus tetas. Se inclina hacia un lado y hacia otro para que el chorro incida directo sobre sus pezones. Se pellizca ligeramente y lanza la mirada al techo, mientras sostiene con ambas manos los pechos, elevados, de forma que se crea entre ellos una pequeña balsa de agua caliente que después desborda hacia las caderas. Se inclina todo lo que puede hacia atrás, levanta la pierna que apoya sobre la pared y consigue, no sin cierta dificultada, que el cocho incida directamente sobre su sexo, que se abre, ansioso al calor. Con una mano ayuda a que el agua vaya haciendo su trabajo. El calor, los dedos, el sexo receptivo, son una combinación explosiva. No puede evitar gemir con cierto comedimiento mientras el orgasmo se va acercando. Aun a riesgo de perder el equilibrio utiliza ambas manos para acariciarse, con una el clítoris mientras dos dedos ya bucean, sabios y certeros, dentro de su sexo. Arquea el cuerpo, gime, aprieta, se muerde el labio, mientras un orgasmo intenso y breve la hace retorcerse durante unos segundos. El agua sigue cayendo mientras ella recupera el aliento y, sobre todo, la evidencia de dónde se encuentra. Las paredes blancas, el ruido de fondo de otras duchas. Recoge su jabón y su toalla y sale. Baja la mirada tímida cuando se cruza con una compañera de gimnasio que espera turno en la ducha. Cuando se cambia de ropa se relaja por fin y piensa que tal vez este año no le cueste tanto ponerse en forma.
7 de diciembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario