Tengo mis prejuicios, como todo bicho viviente. De algunos hasta me siento orgulloso. Si veo venir a un tipo con un símbolo nazi, no podré evitar pensar que es un capullo descerebrado. Pero luego se dan casos en los que odio a una persona, más bien debiera decir a una figura, sin tan siquiera conocerla. Digamos que odio lo que representa o como hace lo que hace sin más razón y eso se extrapola al conjunto de su vida. Es una forma de verlo.
El mejor ejemplo son los actores. Hay un elenco de actores a los que odio sin remedio. Ni sé ni me importa (para este artículo) nada de su vida privada, eso es lo realmente desconcertante, pero no puedo evitar odiarlos. Nicolas Cage es el mejor ejemplo. Es el paradigma de lo que os cuento. Parto de la base de que este actor (sale en películas ¿no?, pues actor será) pone en escena la misma cara para echar un truño que para echar un polvo. Pero ¿es suficiente para odiarlo?. Lo de las cursivas es para evitar los remordimientos. Es que es verlo en la pantalla y sentir un respingo de asco. Y será buen tipo (lo de buen actor vas y lo dices en otro blog), no digo yo que no, pero es que no puedo con él. Lo mismo me pasa con Meryl Street, desde su Coñazos de África no hay película en la que salga ella que a la que no me cueste enfrentarme. Y no sólo me ocurre con los extranjeros, me pasa lo mismo con Pepón Nieto, con Silke, con Elsa Pataki. Y veo sus películas, porque me parece injusto y podría perderme alguna que otra joya (Living Las Vegas, por ejemplo), pero ninguna película ha hecho que cambie mi idea sobre ellos, es más, según empiezan los títulos de crédito me reafirmo en mi prejuicio: que petardo de tío. En cambio hay otros que, con los mismos principios científicos, me caen extremadamente bien: Pierce Brosnan, Jason Stathman (transporter), Marta Etrura, Elena Anaya o Vigo Mortensen. En fin, esto no es más que una prueba (otra) de mi imperfección como ser humano.
El mejor ejemplo son los actores. Hay un elenco de actores a los que odio sin remedio. Ni sé ni me importa (para este artículo) nada de su vida privada, eso es lo realmente desconcertante, pero no puedo evitar odiarlos. Nicolas Cage es el mejor ejemplo. Es el paradigma de lo que os cuento. Parto de la base de que este actor (sale en películas ¿no?, pues actor será) pone en escena la misma cara para echar un truño que para echar un polvo. Pero ¿es suficiente para odiarlo?. Lo de las cursivas es para evitar los remordimientos. Es que es verlo en la pantalla y sentir un respingo de asco. Y será buen tipo (lo de buen actor vas y lo dices en otro blog), no digo yo que no, pero es que no puedo con él. Lo mismo me pasa con Meryl Street, desde su Coñazos de África no hay película en la que salga ella que a la que no me cueste enfrentarme. Y no sólo me ocurre con los extranjeros, me pasa lo mismo con Pepón Nieto, con Silke, con Elsa Pataki. Y veo sus películas, porque me parece injusto y podría perderme alguna que otra joya (Living Las Vegas, por ejemplo), pero ninguna película ha hecho que cambie mi idea sobre ellos, es más, según empiezan los títulos de crédito me reafirmo en mi prejuicio: que petardo de tío. En cambio hay otros que, con los mismos principios científicos, me caen extremadamente bien: Pierce Brosnan, Jason Stathman (transporter), Marta Etrura, Elena Anaya o Vigo Mortensen. En fin, esto no es más que una prueba (otra) de mi imperfección como ser humano.
2 comentarios:
No entro en detalles como actor.....pero a mí Nicolas Cage me cae muy bien, me resulta simpático. Si tuviera que decirte alguno con el q doy un respingo cuando lo veo o le oigo en la radio mientras busco una emisora es Julito Iglesias Junior. aggggg
Eso mismo me pasa a mí con Antonio Resines. No lo soporto ni de lejos.
No sé por qué nos sucede, pero así es.
Pero también nos pasa con gente de la calle a la que cruzificamos sin apenas conocer.
No sé, será algún estúpìdo mecanismo que selecciona por nosotros.
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