PASAJEROS DE UN INSTANTE
Cuando me levantaba, estos días que he pasado en una casa rural de Quintana, muy cerca de Luarca, en Asturias, lo primero que hacía era mirar por la ventana para ver qué tiempo hacía. El norte es lo que tiene, que uno nunca sabe qué día se va a encontrar.
Después abría la puerta de la casa y mi perro salía fuera a hacer sus necesidades y a explorar su mundo. Yo mientras me duchaba, me vestía y salía a ver dónde se encontraba. Siempre estaba por ahí cerca y seguro, sin riesgo de que le pasara nada. Sólo se oía el rumor que dejaba el viento en los oídos y de vez en cuando, según en la dirección en que soplara, se podía escuchar de fondo el bramido del mar en su inagotable ir y venir.
Desde aquella casa no se percibían nada más que sonidos provenientes de la naturaleza como el canturreo de pájaros o el mugir de las vacas, y algunas veces, el rumor de coches lejanos y a cada hora el paso de un tren de dos vagones que hace un recorrido regional por la zona costera asturiana.
El mar es una auténtica maravilla, y un mar tan abierto como el Cantábrico es aún más impresionante. Las olas rompen con una fuerza tremenda y te arrastran hacia el interior en cuanto te descuidas. He visitado playas que son increíbles, casi inimaginables. Hay muchas playas indicadas pero muchas otras las encuentras tú entrando por caminos que aparentemente no conducen a nada pero que de pronto, te llevan a pequeñas calas con un pedazo de arena, en caso de marea baja, o un rincón de piedras desde donde uno se puede bañar.
Me encanta la mezcla de bosque, playa y mar que tiene el norte. El bosque llega hasta la misma playa y la naturaleza salvaje de la lluvia, el viento y el mar erosiona continuamente las rocas que surgen en plegamientos inverosímiles desde el fondo de la tierra. Son escultores atemporales e incansables, nunca tienen prisa ni cejan en su empeño, pero antes o después, lograrán su propósito, crear una nueva belleza natural para que algunos hombres la admiremos.
Sentado en la playa durante algunas horas estos días pude pensar en lo poco que pasamos aquí, en lo realmente insignificantes que somos ante la majestuosa inmensidad que nos rodea. Y aún así seguimos creyéndonos dueños de todo esto como si realmente nos fuéramos a quedar aquí para siempre, cuando resulta que somos simples pasajeros de un instante que no es nada comparado con todo lo que nos rodea.
También pensaba en lo afortunado que soy, en la suerte que tengo. He nacido en un lugar magnífico, trabajo en algo que me gusta, gano el dinero suficiente como para disfrutar de mi ocio con bastante libertad y encima me puedo permitir el lujo de cuestionar las cosas que me rodean. Soy un hombre contento.
Por cierto, hoy empiezo a trabajar después de aprovechar los últimos días que me quedaban de vacaciones
Cuando me levantaba, estos días que he pasado en una casa rural de Quintana, muy cerca de Luarca, en Asturias, lo primero que hacía era mirar por la ventana para ver qué tiempo hacía. El norte es lo que tiene, que uno nunca sabe qué día se va a encontrar.
Después abría la puerta de la casa y mi perro salía fuera a hacer sus necesidades y a explorar su mundo. Yo mientras me duchaba, me vestía y salía a ver dónde se encontraba. Siempre estaba por ahí cerca y seguro, sin riesgo de que le pasara nada. Sólo se oía el rumor que dejaba el viento en los oídos y de vez en cuando, según en la dirección en que soplara, se podía escuchar de fondo el bramido del mar en su inagotable ir y venir.
Desde aquella casa no se percibían nada más que sonidos provenientes de la naturaleza como el canturreo de pájaros o el mugir de las vacas, y algunas veces, el rumor de coches lejanos y a cada hora el paso de un tren de dos vagones que hace un recorrido regional por la zona costera asturiana.
El mar es una auténtica maravilla, y un mar tan abierto como el Cantábrico es aún más impresionante. Las olas rompen con una fuerza tremenda y te arrastran hacia el interior en cuanto te descuidas. He visitado playas que son increíbles, casi inimaginables. Hay muchas playas indicadas pero muchas otras las encuentras tú entrando por caminos que aparentemente no conducen a nada pero que de pronto, te llevan a pequeñas calas con un pedazo de arena, en caso de marea baja, o un rincón de piedras desde donde uno se puede bañar.
Me encanta la mezcla de bosque, playa y mar que tiene el norte. El bosque llega hasta la misma playa y la naturaleza salvaje de la lluvia, el viento y el mar erosiona continuamente las rocas que surgen en plegamientos inverosímiles desde el fondo de la tierra. Son escultores atemporales e incansables, nunca tienen prisa ni cejan en su empeño, pero antes o después, lograrán su propósito, crear una nueva belleza natural para que algunos hombres la admiremos.
Sentado en la playa durante algunas horas estos días pude pensar en lo poco que pasamos aquí, en lo realmente insignificantes que somos ante la majestuosa inmensidad que nos rodea. Y aún así seguimos creyéndonos dueños de todo esto como si realmente nos fuéramos a quedar aquí para siempre, cuando resulta que somos simples pasajeros de un instante que no es nada comparado con todo lo que nos rodea.
También pensaba en lo afortunado que soy, en la suerte que tengo. He nacido en un lugar magnífico, trabajo en algo que me gusta, gano el dinero suficiente como para disfrutar de mi ocio con bastante libertad y encima me puedo permitir el lujo de cuestionar las cosas que me rodean. Soy un hombre contento.
Por cierto, hoy empiezo a trabajar después de aprovechar los últimos días que me quedaban de vacaciones
Nota de Larrey: os dejo una foto de la playa que menciono en el comentario (cambiándole el nombre: Gulpiyuri)
1 comentario:
La playa de Gurpichurri...una joya.
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