El cine lo ha intentado secuestrar durante décadas: es el momento más importante de la historia de una pareja. Tal vez ese primer encuentro, cuando saltan los fuegos artificiales o simplemente se pone al rojo vivo el petardo. Ese primer beso, cuando los labios se bautizan y las lenguas aprenden la danza de las papilas. Un primer paseo romántico a la orilla de algún río, tonteando con los dedos nerviosos el gris muro que lo contiene. Una cena romántica a la luz de unas velas, con una diminuta caja oscura conteniendo el brillante momento de la entrega en quilates de futuro. La primera vez que hacen el amor, cuando los cuerpos parecen fusionarse en un baño de sudor y gemidos. Pero yerran el tiro. El momento más importante de una pareja, que significa, que sella la definitiva comunión, no son ninguno de estos edulcorados y sucedáneo de amor en video clip, sino el momento en el que están sentados y ella arquea ese culo por el que has soñado durante días, semanas, meses, quien sabe si años, esas curvas tan perfectas y divinas se elevan apenas unos milímetros, imperceptiblemente para cualquier mortal menos para ti, que las llevas a fuego tatuadas en tus pupilas, y de esas nalgas que son tu norte y tu sur, surge un sonoro y rompedor pedo polifónico. Entonces sí, entonces ese pedo, que sin romper la barrera del sonido ha roto otras muchas, os abre las puertas del futuro y de la unión. Ese, ese el momento en el que una pareja empieza a entregarse sin ambages. Lo demás storyboard con canela.
2 de febrero de 2011
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