Fui un tipo con suerte. Alto, delgado, buen deportista, a las niñas les gustaba, mi infancia y adolescencia en los patios escolares fue más bien plácida. Rara vez usé la fuerza ni nadie me puso a prueba. Pero conozco de sobra la figura del macarra de patio de colegio y he visto la crueldad física y psíquica contra el rarito. Nuestro hijo mayor ha cambiado de colegio y se ha adaptado a las mil maravillas. Va por el patio y unos y otros le saludan. Estábamos muy tranquilos. Los moretones de las espinillas ¿hijo? Son de jugar al fútbol. Mi pareja me miraba y yo la tranquilizaba recordando mis maltrechas espinillas infantiles. Hay en clase, papi, me decía, tres niños pegones, que me hacen llaves de Judo. Igual de tranquilo, los primeros años de un arte marcial pueden desconcertar a cualquiera cuando te das cuenta de que tus manos son poderosas. Es tentador. Pero esta semana ya terminó llorando a moco tendido. Hay un niño en clase que le pega, como constante, que le hace daño, por dentro y por fuera. Señal de alarma. Otro niño del cole por terceras personas corrobora lo dicho ¿Qué hacer? a mi me dan ganas de esperar al padre del niño a la salida, arrancarle las patillas, dárselas a su hijo y decirle las próximas serán las tuyas si vuelves a tocar a mi hijo. Pero la vida no es así. Así que nuestra única preocupación es mejorar su autoestima y hacerle ver que nunca, nunca, debe dejarse pegar. Ni en el patio del colegio, ni fuera. Que si es necesario dar un empujón, cabrearse, escupir, gritar, chivarse, lo que haga falta, se hace. Y que lo que él decida estará bien, porque ni papá ni mamá podrán estar al día siguiente con él en el colegio. Porque si un macarra de patio te pega una vez la culpa es suya, si te pega dos veces la culpa es tuya. Pareció entenderlo. El colegio también, que sobre la pista de este niño andaba ya. La profesora por demás, que adora a mi hijo entre otras cosas porque es adorable. La primera estrategia de mi hijo funcionó: se llevó el balón para no tener que jugar al fútbol con el pegón y le dijo si quieres jugar con mi balón no vas a tener que pegar a nadie. Y funcionó, al menos con mi hijo, que en la mochila del cole llevaba un dibujo del macarrilla con un enorme y caligráfico "perdona" Os mantendré informados, pero que duro se hace el día pensando que tu hijo puede estar llorando acurrucado y con las orejas rojas en el patio de su escuela.
4 de febrero de 2011
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3 comentarios:
Una de las cosas que más me asustaba cuando mis hijos estaban en edad escolar, era precisamente esto que comentas.
Si me permites, creo que tomaste una decisión correcta. Si bien es cierto que mis hijos no tuvieron problemas serios con los macarrillas de patio de colegio, más allá de la típica novatada a los nuevos, el mejorar su autoestima hablándole, haciéndole ver que tiene que enfrentarse y defenderse con sus propios recursos ante este tipo de personajillos, le vendrá pero que muy bien en un futuro.
..y si, la verdad es que es duro estar en el trabajo y tener la mente pensando en que tal estará en el colegio, le habrán pegado, estará llorando, tendrá amigos, estará solo....por ahí hemos pasado todos.
Un saludo.
PD: conocí tu blog a través de otro, espero que no te importe que comente de vez en cuando.
Un saludo
Larrey, aún yo no he tenido que vivir esa situación, supongo que el día de lo haga me pasará lo que a tí...digo, el primer impulso sin pensar y el segundo impulso reflexionando. Lo has hecho bien, y Rubén mejor...bss a los dos.
Creo que has hecho bien...pero falta un paso imprescindible; hablar con los padres de ese niño (ojo, que igual en el cole lo han hecho ya).
Tu chaval ha conseguido un respeto, pero habrá otros que no puedan hacerlo. Esos padres deben saber quien es su hijo para obrar en consecuencia. Yo lo querría saber, desde luego.
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