15 de febrero de 2011

EL RADAR


En Roma vimos una inmensa bandada de pájaros. Se movía de un lugar a otro en una danza de caótica coordinación. Y pudimos adivinar que ningún pequeño alado choco con un congénere. Porque no se conocen los casos de pájaros con conmociones por colisión. Pues si te fijas en un partido de colegio es lo mismo. En una cancha de fútbol que es a la vez la de baloncesto, pueden tener lugar dos partidos de fútbol con sus equipos al completo a lo largo, dos pachangas a lo ancho y un partidillo de basket en cada aro. Además de media docena de pequeños con una pelota que corretean transversalmente en un juego no definido. Viendo esto uno imagina que las salas de espera de urgencias deben estar repletas de niños con contusiones, colisiones, moretones, cuando menos las enfermerías de los colegios llenas de cejas que coser. Pero no, como los pájaros, está claro que los niños tienen un radar que les permite observar al compañero desmarcado, controlar la pelota con el pie y con la mano empujar al niño que se le viene encima o esquivarlo con un requiebro que ya lo hubiera querido Muhamed Alí. Está claro que ese don se pierde, porque dos adultos van en direcciones opuestas por una acera de metro y medio de ancho y que si tu por la izquierda, no yo, no mejor tú, que si deja, ya me pongo yo, al final terminan chocando. Ahora que andan revisando los elementos de seguridad activa de los coches, ¿a nadie se le ha ocurrido estudiar el radar de los niños? hay algo que se nos está escapando...

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