Os echo de menos. Echo de menos amanecer acariciándoos con mis teclas, desnudando vuestro devenir. Echo de menos el insomnio entendiendo el por qué de vuestros desvelos y de vuestros requiebros inesperados. Anhelo los atascos construyendo vuestra realidad. Os llamo con tildes envenenadas y metáforas remolonas. Os intento alterar con aliteraciones. Y os llamo, y os reclamo, y os suspiro, y os requiero en un polisíndeton yermo y eterno. Os halago con epítetos de enamorado. Y me arranco el alma en una hipérbole literaria, y no es sino una paradoja mi soledad irónica en esta antítesis que es perderos sin haberos tenido. Soy como el padre huérfano de un hijo no nacido. Porque vosotros ya estáis escritos, ya os habéis conocido, enamorado, amado, odiado, follado, ansiado, besado, deseado...y ahora ¿qué? Echo de menos todo lo que me dabais mientras yo os lo daba todo. Sí, ahora no sé que hacer y me siento imperfecto e incompleto. Como siempre. Terminar una novela es perder una parte de mi mismo que nunca había tenido.
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