Tiene redaños que siendo republicano sufra una enfermedad de reyes. Debe ser que los dioses son unos cachondos y yo su campo de pruebas irónicas. El caso es que ayer, sumido en los profundos dolores de la gota, decidí que había dado suficiente tiempo a mi cuerpo, al que mandé a septiembre, y valoré ayuda externa con bata. Llamé a mi centro de salud para pedir cita. Para el viernes. Ups, cinco días cagándome en la madre del señor Úrico eran impensables. ¿061? Sí, verá, es que tengo un ataque de ácido úrico y no quiero acudir al hospital con algo que sé lo que es. Pues vaya a su centro de salud y que le atienda cualquier médico. Buena idea. Eso hago. Nueve y cuarto de la mañana. Cuando llego he de esperar la cola. Lo tomo con filosofía. La edad media de los esperantes superaba los setenta. Y allí empecé a encontrarme con el perfil más común del universo ambulatorio: el abuelo gruñón. Es como si el dulce abuelo(a) que en navidades canturrea con sus nietos, al cruzar la puerta del ambulatorio fuera abducido por el espíritu de alguna madrastra malvada. Si hay, porque hay, si no hay porque no hay. El caso es que ay, que siempre andamos protestando. Los hay incluso que se forman sus verdades y las transforman en axiomas exportables: le aseguro yo señora que si llama para pedir cita desde el fijo no le atenderá la máquina, tiene que ser desde el móvil. Otra señora aseguraba que al llamar por Internet se cansó de pulsar teclas y le dijo a la máquina que era imbécil. Media hora después, con el sistema colgado, una amable señorita llama a una doctora con consulta y le indica mi nombre y mi problema, que ya me llamará. En la consulta más de lo mismo. Solo que el asunto se politiza y no tarda, maldito barrio del sur, en salir Zapatero a la palestra. Un señor, que aseguraba que estábamos sufriendo los efectos del tercermundismo, se inclinaba por afirmar que desde Largo Caballero todos los socialistas unos hijos de punta. Otra mujer, cercana a los noventa, culpaba a los inmigrantes, por traer a sus primos, hermanos y hasta amigos, oiga, para curarlos a todos. Pero mi favorita era la charlatana del y yo más. Que a ti te duele, uf, a ella mucho más. Que tú te cuidas. Ella ni te lo imaginas. Que tú estás gorda, pues ella come más que tú. Que tú fuiste a Italia, ella conoce el nombre de pila de la mitad de los romanos. Que tu viaje fue barato. El suyo una ganga. Que por el contrario fue caro, el suyo le costó un riñón. Hubo un interesante duelo con otro hombre igual de dicharachero que hubo de tirar la toalla. La doctora me pregunta, delante de todos, lo que padezco y en ese momento agradezco a la naturaleza no haberme castigado con un ataque de hemorroides. Entonces, unos y otros, comenzaron a especular conmigo, que pasé a ser el que había venido de urgencias. Todos se quejaban del tiempo que empleaba la doctora con el paciente anterior, sin saber que ellos romperían el record diez minutos después. A las once y media llega mi turno y mis pastillas. Vuelta a casa. Apenas dos horas, pocos recursos empleados de la sanidad pública. Con un poco de cabeza ¿esto no puede ser viable?¿vamos a tener que renunciar al mayor tesoro del país? Me gusta la sanidad pública. Doctor ¿es grave?
15 de junio de 2010
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2 comentarios:
Espero que "andes" hoy mejor wapo. ¡Qué curioso! acabo de llamar antes de entrar en la blogosfera a mi C.S. para pedir cita para mi churri... y ¡ME HA CONTESTADO UN CONTESTADOR AUTOMATICO!..y yo ahí, pulsando que si 1, *,2,*....UPS!!! esto es nuevo, así que cuando venga le diré que no se si tiene o no cita. La máquina me ha dicho que sí pero....a veces las máquinas también se equivocan.
Muy bueno, me he reído un mucho... una crónica muy acertada de los clientes ambulatorios.
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