He discutido con bastante gente, mujeres en su mayoría, sobre el poder que ejerce el deporte en general sobre los hombres, el fútbol en particular y el mundial en grado extremo. Nos trasmutamos en homos televisivus cada cuatro años. Y casi da lo mismo si eres un forofo o apenas un aficionado. De golpe tienes la necesidad de saber si Eslovaquia ha terminado empatando el partido o si el entrenador de Nueva Zelanda se decantó al final por el 4-4-2 o por el 4-4-1-1. No hace falta ser un friki que conozca, al más puro estilo Maldini, el defensa lateral derecho prometedor de Ghana. No, simplemente nos dejamos llevar durante un mes por la fiebre futbolera. Y somos capaces de renunciar por un partido de España a lo que no habremos renunciado tal vez por uno de tu camiseta favorita hasta ahora. Planificamos las quedadas en función de los horarios de los partidos de más enjundia. Compramos hasta la prensa deportiva. Y lo hace igual quien es asiduo a los cines de películas ucranianas con subtítulos que el que lleva tatuada la Estrella de la Muerte en el culo. Queda el consuelo de saber que es cada cuatro años y que a poco que te pongas los colores podrás disfrutarlo tú igual que los demás. Después, se gana y la cocina hay que recogerla igual, los niños han de tener ropa limpia, la lavadora sigue sin saberse sola el camino hacia la secadora. Y si se pierde, pues la cocina está igual de sucia, los niños...¿Es tan difícil de entender?
30 de junio de 2010
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1 comentario:
Ah! Pero que hay furbol... ni me había enterado.
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