Ha sido todo una cadena de despropósitos. El primer error fue fijarse en ella, en esa carpeta de adolescente llevada por el cuerpo de una mujer. En su melena morena y rizada. En sus ojos color aceituna. Mala suerte que a ella le gustaran los hombres algo más maduros, entrados en los treinta, como él. Infortunio que en un concierto coincidieran. ¿De qué conoces tú al Combolinga? Una desgracia más que aquel primer encuentro en el coche ¿te sorprende que te la haya chupado en la primera cita? fuera tan arrebatadoramente prometedor. Un contratiempo que además del sexo la risa los uniera como loctite. Una desdicha que se le ocurriera ir a su casa. Mi padre es militar, no llegará hasta mediada la tarde. Era la hora de la comida ¿qué peligro podría haber? Después, todo como uno puede imaginar entre dos cuerpos que se desean y se acoplan como piezas de un puzzle. Ni siquiera las fotos castrenses del progenitor esparcidas por las paredes fueron capaces de minimizar el fuego de su deseo. Quiero hacer algo especial. Lo dijo como si llevaran toda una vida juntos. Raro cuando en este tiempo no han sido capaces de repetir ni lugar ni juego sexual. Quiero atarte. Quizá en ese momento debió fijarse en la foto del padre con las dos piezas de caza mayor y la enorme escopeta que preside el gran salón. Pero una preciosidad de veinte años en ropa interior hace inútil cualquier intento de análisis. Volvió con el cinto de un albornoz y lo ató a la cama. Ahora vas a gozar como no lo has hecho jamás en tu vida. Se metió la polla en la boca con tanta violencia que él se tuvo que retorcer por el dolor. Perdona, es que algunas veces me cuesta controlarme. Se fue durante unos instantes y volvió con un vaso de leche caliente, otro de chocolate y hielos, muchos hielos. Estaba completamente desnuda, y lo primero que hizo fue sentarse sobre su pie, haciendo que el dedo gordo de entrara en el coño. Así se movió durante unos segundos en los que el desconcertado y caliente dedo se sintió el rey del mundo. Después empezó con el hielo. Cogió un cubito con los labios y comenzó a recorrer su cuerpo, muy despacio, dejando que se formaran gotas que como lava caliente iban dejando su rastro helado. En los pezones dedicó todo su afán, hasta que el calor de los labios, de la piel, hizo que el hielo quedara reducido a un recuerdo frío. Fue entonces a por la leche caliente, bebió un poco y la dejo en su boca, metiéndose entonces la polla, con mucha más calma que en el anterior arrebato. Dejó que fuera entrando, fundiéndose con la leche caliente, que chorreaba de sus labios. El calor fue tan intenso que cerró los ojos con fuerza, totalmente arrebatado por el placer, retorciendo su cuerpo casi por completo. Después buscó un hielo e hizo lo mismo, lo metió en la boca y buscó la polla, que se sintió primero desconcertada y después desbordada por el cambio de sensaciones. Hizo este trueque varias veces, con certera pericia, tanta que no sabía si sobre el hielo o sobre la leche, pero tarde o temprano, de seguir así, llenaría su boca de semen. Pero él era el preso, así que se limitaría, pensó, a avisar con una subida de volumen de los gemidos. Quedaba el chocolate. No tardó en descubrir para que era. Le dio la vuelta, en una postura algo forzada por las manos atadas al cabecero de la cama, pero en aquellas alturas esos detalles eran nimiedades. Entonces ella usó la lengua para llenar su culo de chocolate, sin medida, no solo los glúteos, sino el interior. Y después, con la misma lengua, pero ahora incisiva y recolectora, fue retirando a modo de cosecha lo plantado. Llegó a meterle varias veces la lengua en el culo, con fuerza, lo que fue una agradable sorpresa. En ese momento ella echó de menos algún juguete más, lo que hizo que su pulso se acelerara, la cosa podía mejorar todavía un poco. Espera, me queda la última sorpresa. ¿Un vibrador?¿una hortaliza?¿una película porno? Unos segundos de espera, algo de silencio y un inconfundible sonido, el de un cuerpo inerte golpeando contra el suelo. Entonces recordó algo brumoso, una palabra que le dijo entre risas, mientras él le mentía la lengua en la oreja y ella buscaba su polla con la mano algún día de estos. ¿Cómo coño me dijo que era? Ah, sí, leche, narcolepsia. La evidencia le vino de golpe, como el miedo. La llamó varias veces, primero tímidamente, como si temiera despertar a la realidad, después en gritos desesperados preñados de miedo. Y ahí está ahora, en la casa de una adolescente, atado de pies y manos, el culo lleno de chocolate y una erección que, tozuda e incomprensible, sigue ahí. Escucha el sonido de unas llaves y visualiza al dueño de la escopeta, franqueando la puerta, viendo el cuerpo desnudo de su hija esparcido en el pasillo. Pero ¿nena, qué te ha pasado? Y entonces hace memoria, le cuesta, pero al final lo logra. ¿Cómo era? Ah, sí, padre nuestro, que estás…
28 de septiembre de 2009
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2 comentarios:
Leáse mi comentario en el otro post.Me equivoqué...cosas del lunes..bueno y de los martes y ....
besos
Me ha encantado. Umm... toda una lección sobre el arte de... jajajaja, de dejarse llevar ciegamente por las "casualidades". Con un final sorprendente con ese episodio de narcolepsia de la criatura, aunque ya se veía venir que de una forma u otra acabarían pillándolo. Aunque yo le daba a la niña pensamientos más retorcidos. ¿Por qué será?
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