Es el calor del verano. El ventilador no ayuda. Casi peor. Por las ventanas entreabiertas entran los sonidos de la ciudad, adormecida. Está desnuda. No es capaz de dormir con ropa con este calor. En el techo se reflejan, juguetonas, las calles tamizadas por el filtro de la persiana y las cortinas. Es un interesante juego de lechosos claroscuros. Las gotas de sudor van surcando su cuerpo en pequeños ríos. En los pechos nace una riada salada que va marcando un interesante cauce. En su paseo va desde el pecho hasta el vientre, surcando el ombligo con pericia marinera hasta lanzarse por sus cadera y morir en el sexo. Un pequeño suspiro la invade y se rinde ante la evidencia: está excitada. De no ser así no sentiría con tanta precisión cualquier caricia en su cuerpo, cualquier movimiento y estaría profundamente dormida. Entreabre las piernas ligeramente y se lleva la mano al coño. Nota la humedad, y no es sólo sudor lo que ha recibido a sus dedos. Con la otra mano se acaricia el pecho, que lo celebra con tremenda erección de los pezones, tanto que no resiste la tentación de mordérselo, aunque para ello tenga que poner a prueba sus abdominales. Sin casi percatarse un dedo ha entrado en su vagina con asombrosa facilidad y como si tuviera vida propia juguetea por dentro, despertando todo un castillo de fuegos artificiales que la obligan a soltar el pezón y arquear el cuerpo. Sumida en esa nube de movimientos tensos por fuera, eléctricos por dentro, recuerda a un joven que entró en la tienda esta mañana. Buscaba camisetas ajustadas, con esos pectorales, comentó con otra compañera en privado, hubiera sido un crimen cualquier otra prenda. Estuvo ayudándolo a decidirse, porque estaba como un queso y la tienda vacía, ¿qué otra cosa mejor podía hacer? Le llevó varias camisetas mientras él se las probaba, esta te queda mejor, esta no tanto, aunque todas se ajustaban con dolorosa perfección a un cuerpo no menos perfecto. Se llevó media docena de ellas y algún que otro suspiro de las dependientas, cuando con una luminosa sonrisa, abandonó la tienda con su aire de surfista. Ahora, mientras aprieta su mano con las piernas y ya son dos dedos los que la electrifican por dentro y otro se ha concentrado como un salvaje en su clítoris, el joven surfero ha salido del probador con una camiseta puesta al revés. Ella se apresura a corregirlo y le ayuda a quitársela. ¿Haces pesas? pregunta al ver el torso depilado. Sí, bueno, ahora ya no, no tengo tiempo. Tienes un cuerpo espectacular. En los sueños no hay miedo al fracaso y se atreve a ser directa si se lo pide el cuerpo, y ahora tres dedos en el coño se lo estaban pidiendo con insistencia. Tú también estás espectacular. Quizá la última palabra ya no llegó a escucharla, tapada por sus labios, fundidos ambos en un largo beso. Ya son cuatro los dedos que juguetean dentro de su coño. Ella cierra la cortina. El surfero comprende y la eleva en volandas para colocarla a horcajadas sobre él. La besa en el cuello, fuerte, muy fuerte, incluso la muerde, manejando con maestría el noble arte del dolor y el placer. Después los pechos, con las mismas normas. Un dedo que se adentra por el tanga, liberadas sus piernas por el arte de magia del hedonismo y los sueños, de la falda del uniforme. Están los dos desnudos y ella se arrodilla para llevarse la polla a la boca, entera, hasta lo más profundo de su garganta. Mientras lo imagina lleva dos dedos a la boca, para ayudar al guionista de los sueños. Aprieta el culo del surfero mientras se come la polla con hambre, sedienta, entregada, obscena, vulgar. Se pone en pie. ¿Te gusta mi cuerpo? Le dice acariciándose las tetas y poniendo cara de niña buena. Me muero por él. Pues cómetelo; y levanta la pierna hasta la silla para indicarle el camino. Como no podía ser de otro modo la lengua y los dedos del surfero saben lo que se hacen. Entran, salen, chupan, muerden, absorben, comen, lamen hasta provocarla el delirio, poco le importa que haya más personas en los probadores, ella se aferra a las perchas para mantenerse en el mundo. Cuando el surfero se cansa del coño se sienta, con la polla erecta como un mástil sin bandera. Móntame, le sugiere. Y ella se pone encima y siente en toda su extensión, la polla dentro de su coño. Ahora se abrazan con fuerza y se mueven coordinados. Se golpea las rodillas contra el cristal con un realismo que de no ser por el orgasmo que ronda sus dedos, le resultaría hasta extraño. Él se corre primero. Ella sigue moviéndose, vamos, córrete nena, quiero que me chorrees y por fin sí, por fin se hunde en su melena rubia y siente un orgasmo desgarrador que le arranca un sonoro gemido…¿estás bien, cariño? Un brazo familiar la toma de la mano, todavía húmeda, ¡ estás sudando muchísimo ¡ Eh, sí, sí- recupera la respiración- es que no puedo dormir. ¿Es el calor?¿el trabajo? Sí, eso debe de ser, no dejo de pensar en el trabajo, pero cari, tu sigue durmiendo, que creo que ahora no voy a tener problemas, un beso mi amor…
14 de septiembre de 2009
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1 comentario:
Muy bueno el post...pero que mal rollo el final...cuando más relajada estás...ufff...
Estas cosas las prefiero con un poquito más de privacidad.
Saludos y enhorabuena por el blog.
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