15 de septiembre de 2009

MI COCHE VIEJO


Un viejo carro de más de 200 mil kilómetros es como una casona enorme. Si está llena de gente, de vida, de los rutinarios sonidos del día a día, es afable y acogedora. En cambio, el silencio invita al misterio, a la tensión. Las puertas suenan, el aire aulla por las rendijas, los pasos de quien sabe azotan incomprensiblemente el techo. Estando solo te sientes más acompañado de lo que te gustaría. Si la casa es vieja esa sensación se multiplica por mil. Eso me ocurre con mi coche. Por esas cosas del SINOTEC (destino tecnológico) estuve un par de días sin radio (ni perro que me ladrara, que ya lo hubiera querido) en mi viejo bravito. Cuando uno monta en el coche y revisa la batería del móvil es porque tiene cierta experiencia, cierta incertidumbre. Pero, sobre todo, cuando uno tiene el coche como una herramienta imprescindible en su día a día, cuando ves más a menudo a tu mecánico que a tu viejo amigo de la universidad, es cuando estas cosas adquieren su magnitud máxima. El silencio y el miedo a una avería no son buenos compañeros. Con la música, canturreando a los poetas de Serrat, el trayecto se hace corto y el coche es una máquina certera que responde a mis estímulos. En cambio, en el silencio, todo suena sospechoso, esa puerta pareciera que no ha cerrado bien, le cuesta arrancar, las irregularidades del asfalto son posibles pinchazos, las subidas o bajadas de revoluciones un aviso, las marchas entran con una dificultad sospechosa, el intermitente ¿funciona?, silencio, ruidos y tiempo, así el viaje se hace eterno. Así que puse remedio en cuanto pude y ahora el coche vuelve a funcionar a al perfección, o al menos solo me enteraré cuando deje de hacerlo, de golpe. ¿Servicio de grúa? sí, verá, estoy en el kilómetro...

2 comentarios:

ralero dijo...

Qué me vas a contar...

Eso sí, con 200.000, prácticamente nuevo.

Abrazos.

Elena dijo...

Que te veo jubilando a tu coche,...