8 de septiembre de 2009

CORTANDO ALAS


El domingo hacía bastante calor. La piscina, después de una semana con la depuradora estropeada y ya arreglada, lucía estupenda, aguas cristalinas reflejando el sol de la mañana. Mi hijo pequeño, en su interminable y eterno peregrinaje a ningún lugar y todos a un tiempo, caminaba de un lado a otro ladeando su respingón trasero. Edu es un vecino, de unos 10 años. Bajó las escaleras cariacontecido, vestido de calle, camiseta oscura, pantalones cortos oscuros igual. Zapatillas y calcetines. Parecía un pegote entre el sol, el agua y el resto, que íbamos en bañador. ¿Hoy no te bañas? le pregunté. No, no puedo. Mi cabeza algunas veces va más rápido que mi yo consciente e hizo una composición de lugar: si estuviera malo, no tendría esa cara de pena y probablemente hubiera dicho estoy malo. Si se hubiera portado mal y como castigo no pudiera darse un chapuzón también hubiera dicho estoy castigado; así que me la jugué: ¿es por alguna religión? Sí, contestó taciturno. Ah, ¿cúal? Mormona. Después, para esconder mi visceral rechazo hice algunas preguntas sobre el lugar de culto más cercano etc y zanjé el asunto con un yo no tengo religión, Eduardo, así que no puedo darte opinión.

Y me pregunto. Sí, que sé que estoy es una nimiedad, pero es una perla que sirve para enseñarnos la verdad de la que tanto hablan los distintos representantes de los distintos dioses. Me pregunto ¿qué clase de Dios se alimenta de que un niño de 10 años un día de 40 grados a la sombra deba quedarse sentado en las escaleras mientras sus amigos disfrutan de uno de los últimos días de piscina del verano?

3 comentarios:

Jésvel dijo...

Buena pregunta, Larrey, buena pregunta.

Dudu dijo...

Manda huevos!!!

Elena dijo...

Es una pena que se pierda algo tan infantil y divertido, por una creencia de sus padres...¡manda eggs!