19 de septiembre de 2009

EL TT ROJO


- ¿En serio puedo ir donde quiera?
- Claro, ya te he explicado que con este coche puedes ir donde realmente de apetezca.
- Está bien, conozco un lugar cerca de la playa, cada vez lo transita más gente pero un día como hoy y a estas horas estará desierto.
Irene mira levemente por el retrovisor izquierdo y en un movimiento rápido comienza a acelerar los incontables caballos del deportivo para desaparecer en unos minutos por la autovía y adentrarse después en una estrecha carretera que los conduce casi hasta la misma orilla de la playa. Un lugar desierto a las 10 de mañana con el reflejo del sol sobre la dorada arena.
Frente al sol, Irene cierra los ojos y el techo del coche comienza a plegarse, el aire mece suavemente su pelo mientras sale y se apoya sobre el capó hasta que él la acompaña.
El lleva una corbata lila, que ahora se desliza en las manos de Irene mientras la mira sorprendido, pero su sorpresa va más allá cuando sin preaviso los labios de Irene rozan los suyos. Los ojos cerrados para no ser deslumbrado por el sol adivinan los movimientos de ella al deslizar la chaqueta por sus brazos y sentir que cae al suelo.
De pronto se descubre acariciando las nalgas de la chica bajo el ligero vestido, quizá demasiado veraniego para esa época. Su corbata hace unos segundos que pasó de su cuello al de ella y la ve jugueteando paseando el lazo lila por sus pechos turgentes, voluminosos y demasiado firmes para su edad.
Sin darse cuenta su cinturón ha desaparecido y una delicada mano ha invadido sus calzoncillos tomando un firme rehén que lucha por mantener su posición y no ceder. Para entonces también su mano ha encontrado el cuartel del enemigo y busca húmedamente en su interior. Un tímido gemido le confirma que va por el buen camino.
Irene eleva sus manos hasta el fornido pecho y acariciándolo suavemente se desliza hasta que sus labios encuentran el pene demandando atención, lo observa con detalle, lo acaricia de abajo hacia arriba con la lengua, muestra el glande y a penas lo roza humedeciéndolo suavemente, repite los movimientos de nuevo de forma muy delicada, a penas rozando con la lengua hasta que, bruscamente, lo introduce en su boca.
El nota como la punta de su pene llega hasta la garganta de la chica, los movimientos en circulo con la lengua y la presión de los labios le excitan de tal manera que se inclina y busca ansioso de nuevo aquellos pechos que antes a penas tuvo tiempo de acariciar. Las suaves manos le aprietan las nalgas y siente que de seguir así en un minuto inundará toda su boca con su semen.
Es hora de tomar la iniciativa y levanta a Irene fuertemente con los brazos, se da la vuelta y la apoya contra el capó rojo metalizado, presionando sus pechos contra el frío metal, su pene choca ahora con las nalgas descubiertas por el diminuto tanga de encaje, lo retira y encuentra el sexo húmedo, esperándole. Lo acaricia, busca lentamente el clítoris hasta que ella gime indicándole que ha dado con el lugar exacto, con la otra mano busca el camino abierto e introduce un dedo fácilmente. Ella se estremece de placer y susurra palabras incompresibles, le gustan tanto los movimientos que su sexo recibe como el sentir el duro miembros en sus nalgas. Y como ella sigue siendo más rápida que él, saca un preservativo escondido en el sujetador y con los dientes rasga el envoltorio, se lo pasa a su acompañante, que, ducho en la materia lo coloca en un par de segundos y comienza el baile.
No ha habido delicadeza por su parte, agarrándola del cuello con una mano y de la cadera con la otra, le da la vuelta, le apoya la espalda en el capó y la penetra con brusquedad levantando una de sus piernas. Pero a ella le gusta, era lo que quería. Se deja llevar y abre sus brazos sobre el brillante rojo mientras sus caderas siguen el baile que marca la pelvis de él, se siente libre y le gusta notar las embestidas de su adversario acompañadas por unos sordos gemidos que a penas escucha, cada vez más continuados.
Sus pechos están ahora inundados por unas grandes manos que los aprietan y pellizcan mientras su sexo no deja de recibir acompasados golpes que la trasladan hasta el placer más intenso, su orgasmo esta ahí, necesita aferrarse fuertemente al capó. Grita intensamente mientras su pelvis se eleva, no puede contenerse más, todo su cuerpo se estremece de placer, a penas han sido unos segundos pero ha perdido el sentido, cuando abre los ojos lo nota, ahora viene él, aprieta fuertemente y descarga en un par de últimos movimientos para caer derrotado sobre ella.
Cuando se recuperan, ella compone su vestido y coge un cigarro del bolso.
- Bueno, qué, ¿te lo quedas entonces?- dice él – Volvemos al concesionario y arreglamos los papeles.
- ¿Estás loco? – ríe Irene - Yo no puedo permitirme un coche así …

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