2 de febrero de 2010

EL ALCOHOL CON QUE SE MIRE


En ciertos lugares y a ciertas horas todo depende del alcohol con el que se mire. El domingo el trío K-Kum (Carlos Garaboa, Gustavo Corral y yo) decidimos poner fin a nuestra histórica y espumosa indefinición creativa para pasar de un torrente de ideas a una realidad plausible. No daré más detalles, de momento. El caso es que estábamos en el fresco Madrid de una mañana de domingo buscando un bar en el que desayunar. Terminamos en la Latina, junto al teatro, en un bar cafetería de lo más tradicional. Barra a la izquierda y pequeños espacios con mesas entre columnas. Lo peculiar estaba dentro. Había no menos de una veintena de nocturnos empeñados en hacer de la mañana un epílogo de la noche. Antes de entrar nos sonreíamos y nos vimos a nosotros mismos, quince años atrás, tras los sucios ventanales del bar. Allí había una concentración de alcohol en sangre tan alta que si el bar se hubiera movido lo más mínimo nos hubiera parado la Guardia Civil. La fase de cantos regionales y, supongo, de desafío a la autoridad superada, y con nota, los que allí estaban eran una suerte de caricaturas etílicas de si mismos. Ellos creían mantener el glamour de las primeras horas de la noche, tal vez en su cabeza (de ahí los gritos) todavía resonaran los ecos de algún éxito dance, pero se movían con extrema torpeza, como bolas en un pinball, y hablaban como si acabaran de salir del dentista y el labio inferior estuviera todavía bajo la anestesia. Se abrazaban, se apuraban los últimos intentos de ligar o de pedir disculpas por no recordar tu nombre con lo que te quiero desde que nos conocimos a la salida del último garito. Se forjaban eternas amistades efímeras sobre castillos de ron con cola. Los tres, que tantas veces habíamos estado al otro lado del alcohol, no sentamos a disfrutar de la escena, de los ojos entornados, de como algunos se esforzaban por demostrar la indudable ergonomía de la barra de bar española hasta convertirla en una auténtica barra de Morfeo. Al final uno de nosotros hubo de bajar al baño, y no diré el nombre para evitar disgustos a su familia, allí nos quedamos los otros dos observando atónitos el mundo que ya no reconocíamos, esa nebulosa que hay entre la resaca y la borrachera, cuando el cuerpo y la mente, que van muchas veces por caminos distintos, deciden rendirse y el borracho todavía no se ha dado cuenta. Pero el aventurero del baño no volvía, pasaban los minutos y seguía sin subir, así que nos dio la impresión de estar viviendo el primer capítulo de la versión cañí de Lost cuando apareció por las escaleras. El gesto entre divertido y desencajado, como el afamado cibor de Blade runner: he visto cosas que vosotros no creeríais...

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