6 de febrero de 2010



CIVILIZACIÓN

En la noche,
Tras ese instante leve
De estrellas secas alumbrando el sueño,
La sal se pega, adusta, a la retina,
Fundida al vaho que opaca los cristales.

Se apagan los latidos de la calle
Y, en la altura, el abismo, inmenso y frío, Se tiñe de un naranja espeso y falso, En tanto ni los perros ya se arriesgan A hostigar los bozales del silencio.

El alma se sospecha abandonada;

Cansada de fingir su vasta duda,
Profiere la pregunta más temida,
En medio de una angosta mar sin ecos:

¿Esto era todo, el gran milagro, el verbo?

Las ruinas de Babel, cual soga, aguardan, Armadas de una elipsis desmedida, A asir entre sus garras la garganta De un cántico que apenas fue un ensueño.

2 comentarios:

Circe dijo...

Me encanta, Poeta

"El milagro del verbo" me trae tus palabras y compartiéndolas y acogiéndolas, siéntese el alma menos abandonada

ralero dijo...

Sí, hay que reconcerlo, aunque nos pueda saber a poco -o a nada- a veces el verbo nos comunica.

Besos, Circe.