Le gusta el olor. Es lo primero que le llena. Ese aroma entre dulzón y cálido, con una pizca de pimienta amarga que le llena los pulmones y le dispara el cerebro. Su primera mamada fue un desastre, más bien obligada por las circunstancias, llevada por el deseo de agradar a aquel adonis suizo con aire surfista. Después mantuvo una relación de amor y odio con esta práctica hasta que lo descubrió a él, el hombre de su vida, que cambió para siempre su timidez y su candidez. Tanto que si se viera ahora mismo con los ojos de la adolescente que se la chupaba a Roger en las hamacas se llamaría puta sin ningún remilgo. Es lo que tiene el amor, el tiempo, la madurez y el deseo, que es capaz de cambiarlo todo. Ahora está sentada en el asiento del copiloto, algo incómoda con la palanca de cambios oprimiendo sus pechos. La polla en la boca. Después de olerla unos segundos, un incuestionable ritual entre ellas. Los cristales están empañados, aun así se adivinan las luces de otros coches. Él, el hombre de su vida, le ha metido un dedo en el culo. Primero se lo ha chupado, después ha lubricado la zona y ha entrado sin demasiado esfuerzo. Es una novedad de lo más interesante, un suego nuevo que la tiene totalmente loca. Mientras chupa, mientras él entra y sale de su culo, no dejan de mirar inquietos y excitados a los cristales. Entonces llega el primer curioso. Ella se saca la polla de la boca. Él el dedo. Se miran, se besan y vuelven al juego. Tras el cristal el invitado sorpresa se siente aceptado y saca su polla para empezar a masturbarse. Sigue el juego. La polla está cada vez más dura, cada vez más rica, y el dedo cada vez es más certero en sus excursiones. Entonces llega un tercer invitado, en la ventanilla del copiloto. Él la baja para que pueda ver el culo, es mismo culo que su dedo está penetrando sin compasión. El nuevo invitado se saca también la polla y comienza a masturbarse. A su lado aparece una mujer, algo rellenita, que mete la cabeza sin timidez alguna y le regala un beso a las nalgas. Después, toma la mano, sacando el dedo del culo para llevárselo a la boca. Que rico, suspira, antes de dejarlo trabajando de nuevo. Ella sigue chupando, excitada de ver como el primer invitado deja su rastro de semen en la ventanilla y se aleja. Mientras tanto la pareja de la ventanilla del copiloto enseña un preservativo a modo de señal. El hombre de su vida asiente con la cabeza; ella, con la polla en la boca, los ojos cerrados, perdidos los sentidos, es ajena a las formalidades. La mujer rellenita cubre la polla y abren la puerta. No sin cierta dificultad el hombre se coloca de rodillas en el asiento del copiloto y con tremenda suavidad entra en el culo. La punzada de dolor inicial la obliga a detenerse un instante y mira al hombre de su vida, que sonríe para que se sienta segura. Frente a ella se ha colocado la mujer rellenita que le acaricia el pelo, con cierta ternura, lo que dada la situación no deja de ser algo cómico. El gesto es más bien una petición. Ella lo entiende y se saca la polla de la boca, sin soltarla de la mano, como si no quisiera perder el control del todo. La mujer rellenita sabe perfectamente que hacer con ella, tanto que el hombre de su vida, dueño de esa polla tan bien cuidada, teme correrse en su boca. Los gemidos de los cuatro se pierden en el techo del coche, pero también rompen la aparente tranquilidad de la noche, sirviendo de invitación a muchos curiosos que se van acercando, algunos incluso polla en mano, para disfrutar de la escena. El hombre de su vida le susurra al oído que quiere correrse en su boca y no en la de la invitada, por lo que se la vuelve a meter, ahora brutalmente, casi hasta la garganta, esperando la descarga, que no tarda en llegar. A todo esto sigue siendo penetrada en el culo cada vez con más fuerza. La descarga llega con tanta violencia que no puede retenerla en la boca, incluso se la tiene que sacar de la boca para evitar atragantarse. La mujer rellenita le da un beso primero a la polla, todavía latiente, todavía dejando algún dentellazo, y después a ella. Espera, le dice, y con su cuerpecito exuberante se cambia de asiento, saca la polla de su pareja del culo, le quita el preservativo y comienza a chupársela hasta que, igualmente, le llena la boca de semen. Entonces deshace el camino andado y se acerca para besarla. Así el semen va de un labio a otro, de una lengua a otra. Después ambas, sin premeditación, llevadas por un impulso ancestral, se acercan al hombre de su vida y comienza a besarlo igualmente. La pareja de la mujer rellenita se acerca también para recibir su dosis de besos y de semen. Después recomponen las figuras, mientras la turba de curiosos se disuelve. Se despiden con un ridículo apretón de manos y cada uno inicia su camino. El hombre de su vida pone en marcha el coche, lentamente, para abandonar el parking. Ella suspira, sigue sin entenderlo, pero se siente tremendamente feliz, con el aroma de la polla todavía taladrando su cerebro.
15 de junio de 2009
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2 comentarios:
esta muy bien este cuento
me ha puesto caliente
me apetece acercarme a vuestro parking, ja
Creo que en estos parking no es necesaria más entrada que el respeto mutuo...
Ah, a mi me pone caliente que te ponga caliente, no hay mayor piropo para mi ego de escritor
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