30 de junio de 2009

EL GORRILLA


Algunas veces me sale el macarra que llevo dentro. No lo puedo evitar. Y si están mis hijos de por medio el límite está mucho más cerca. Os cuento. El sábado fuimos la familia entera de visita al hospital, el abuelo sigue en nefrología, las medidas asépticas nos hacían que tuviéramos que vernos desde la calle y la terraza. Si conocéis el Hospital Clínico de Madrid sabréis que en los alrededores, donde todos buscamos aparcamiento, hay decenas de los que llamamos gorrillas, que te indican un sitio apostados en la calle. Nosotros aceptamos una de las sugerencias de un hombre entrado en años de aspecto de ser del Este de Europa. Se alejó mientras yo sacaba a los pequeños. Ya en marcha busqué en mi monedero, donde había una moneda de 20 céntimos, otra de un euros y billetes. Le di a mi hijo la moneda más pequeña y le dije que si nos encontrábamos con el hombre de la barba blanca que se la diera y le dijera "gracias". Mi hijo, que es un entusiasta de la vida, llevó la moneda en la mano para no perderla, ojo avizor, hasta que nos cruzamos con el hombre de barba blanca, que extendió la mano para recibir la moneda y el gracias de mi hijo. Pero se la devolvió con una frase que, inocente de mí entendí como un "que se compre él algo". No, no, le dije, es para usted. Y entonces entendí bien la frase: "¿qué quieres que compre con eso?". Y empezó su perorata a gritos, delante de la veintena de personas que por ahí andaban. Que si era malo, que intentara encontrar aparcamiento, que si era tal que si era cual. Iba con mis hijos, así que aceleré el paso y me alejé. Tuve que soportar la cara de pena de mi hijo que me pedía explicaciones de por qué aquel hombre nos gritaba y no había querido su moneda. Intenté endulzar la situación y le expliqué que no le gustaban esas monedas y que por eso nos la había devuelto. Pero la bomba de ira ya estaba en mi estómago instalada, y apretaba los dientes hasta que nos encontramos con la abuela. Se me ha olvidado algo en el coche, ahora vuelvo. Y aceleré el paso de retorno al marinero borracho que me había estado gritando. He de reconocer que cuando me enfado, me enfado, no hay medias tintas, y que un tipo de más de cien kilos y casi uno noventa se te acerque con la mirada llena de ira puede ser intimidatorio. Y así ocurrió. Me situé a un palmo de sus desagradecidas narices y le dije, sereno aun: ¿te importaría repetirme a la cara todo lo que me has estado gritando delante de mis hijos? Bajó la mirada y giró el rostro de un lado a otro negando, como diciendo que no iba a repetirlo. Un hombre que tenía el coche buscando aparcamiento se bajó, supongo que temiendo que de mis palabras pasara a los actos. Pero me quedé en las palabras, que son mi única herramienta. Le invité a que me explcara la razón para despreciarle la moneda a mi hijo, que era un desagradecido y un desgraciado, que no consentiré jamás que nadie me grite y menos delante de mis hijos y que si tenía la más remota idea de la hora a la que yo me levantaba para ganarme la vida con monedas como esa. Yo no le pedí que me buscara aparcamiento y, es más, no hay alternativa en la calle, o aparcas donde dicen ellos o te vas, así que de intimidaciones ninguna, pero si la moneda se la da mi hijo que la acepte, se calle y después se cague en mi puta madre y se meta la moneda donde la espalda empieza a tener su escatológico nombre. Hasta ahora no había reflexionado demasiado sobre esta figura, la del intimidador gorrilla, pero este desgraciado lo que ha conseguido es que jamás le de una moneda a ninguno que me busque aparcamiento. Quizás lo juzguéis excesivo, que era un pobre hombre y el largo etcétera de empáticas reflexiones, pero me quedé extremadamente tranquilo. Y lo repetiría, y tanto que lo repetiría. Con la sonrisa de mi hijo no se juega.

3 comentarios:

Elena dijo...

Te entiendo, empatizo contigo. Lo difícil de esta situación es el control delante del niño...¡ay, mi niño! con toda su ilusión iba él con esa moneda y mira lo que se encuentra...¡desagradecido!...yo no soy tan grande como tú, pero no te pierdas de vista a una madre, se convierte en loba en cuanto tocan a sus cachorros, y no sólo físicamente, también sentimentalmente... como es el caso. Un beso a mi chico grande.

ralero dijo...

Yo, probablemente, hubiese hecho lo mismo. Pero, tal vez, más a lo bestia.

Aunque no dejo de reconocer lo difícil que debe ser -sin entrar en causas ni efectos- un marginado.

Abrazos.

Dudu dijo...

Creo que hiciste lo correcto. Además debo darte la enhorabuena por el autocontrol delante de tus hijos. Yo no habría podido controlarme y la hubiera montado el pollo delante de los peques. Manda huevos!! No es la primera vez que en la calle me piden directamente un euro. Lo siento por quien de verdad lo necesite, pero no doy limosnas y mucho menos a los gitanos rumanos que pueblan Valdemingomez y que veo en Conde de Casal bebiendo cerveza y fumando cigarritos con el dinero obtenido de la caridad de los demás.