5 de junio de 2009

MADUREZ EN DOS GOLPES


La madurez va llegando a golpes. En mi caso fueron dos, muy concretos, que tuvieron lugar hace ya algunos años, lo que no deja de provocarme un suspiro de nostalgia. El primero paseaba por el parque de mi viejo barrio, pasé junto al patio de un colegio cuando un balón, desafiando todas las leyes de la física y la gravedad dibujó una parábola que lo dejó a escasos metros de mis todavía futboleros pies. La inercia fue inmediata, pequeña carrera, golpeo certero con un pie, control con el otro y cuando la pelota se mantenía en el aire y armaba la pierna derecha para dejarla de vuelta en el patio del colegio, los niños corrieron hacia la verja y gritaron al unísono, como un insensible coro de pequeños demonios, señor, señor, la pelota ¿Señor ? maldije, y tan turbado me sentí que antes de golpear la pelota pensé en cambiar su trayectoria y regalársela al vecino del sexo del edificio colindante. Al final pudo mi espíritu futbolero y no sin cierto rencor, la dejé donde debía. La segunda ocasión fue todavía más dolorosa, por colectiva, quizá. Desde que nos conocimos en el instituto mi grupo de amigos tenemos una pequeña canción que es (era, ahora entenderéis por qué) nuestro pequeño himno/juego. Es una adaptación de un juego infantil con la canción singin in the rain en la cual, dirigidos por uno de nosotros, vamos haciendo un baile en el que perdemos la ropa. Al final terminamos todos canturreando la fílmica canción totalmente desnudos, con los pantalones y los calzoncillos por los tobillos. Con 18, 20 años esto se celebraba con vítores y cánticos generales, en especial de las féminas, que a dos copas que llevaran rara era la fiesta en la que no pedían ¡ un singing, un singing !. Pues avanzados ya en la veintena, con el yugo de la treintena bien presente, estuvimos en una boda, la primera de un amigo directo, y la fiesta terminó como se merecía, con la renombrada canción. No hubo vítores ni peticiones previas, tampoco grandes aplausos cuando la ropa terminó en el suelo y nosotros canturreábamos como la versión pingüinera de Gene Kelly. Se nos acercó el seguridad del local, muy serio y nos dijo, hagan el favor (llamándonos de usted) de ponerse la ropa, están haciendo el ridículo. Entonces nos vimos allí, sin el apoyo del respetable, con nuestras incipientes barriguitas y comprendimos que había sido la última vez de aquel afamado baile. Fue entonces cuando me hice mayor.

3 comentarios:

Dudu dijo...

Es cierto, nos hicimos mayores cuando nuestros penes dejaron de salir a cantar... ja,ja,ja!!!

ralero dijo...

Yo creo que son -o somos pocos- los que, por fortuna, terminamos haciéndonos mayores. Otra cosa son los achaques.

Por cierto, el vecino ese del "sexo" al que mencionas, debe vivir la mar de contento, pues con ese vecindario.

Abrazos.

Elena dijo...

Entonces lo que hacíais eran calvos con música, ... mira, así nunca me los he imaginado...estamos en la mejor edad de nuestras vidas.. y dentro de 5 años pienso decir lo mismo, ea!!