3 de junio de 2009

MICROS


Nunca es tarde si la picha es buena escribe en su agenda, con una enorme sonrisa, todavía jadeante, la mujer que acababa de perder la virginidad a los cuarenta.


PREGUNTA DEL AUTOR: ¿por qué una mujer puede perder la virginidad a los cuarenta?

5 comentarios:

dafne dijo...

Uffffffff...hay tantas cosas pero se me ocurre una:

En las cabezas de las mujeres a los 40 se enciende un click,para muchas cosas,igual también en algunas es para despertar el interés por el sexo,que podía aparecer dormido

Caminante dijo...

¿La sensación de pasarse el arroz?
... PAQUITA

Elena dijo...

Que digo yo que la picaba y por fin se arrascó con uno, para variar....de arrascarse ella sola.

Que mandó a tomar por culo el celibato antes de matrimonio viendo que el hombre perfecto para ella no llegaba...¡lo que dirían sus padres del OPUS!

......

may dijo...

No lo sé. ¿Por qué fue una de las pocas del colegio de monjas que si cumplió con esa pseudo vocación de niñas que solemos tener las que estuvimos en uno? Y al cabo de un tiempo de oración, contemplación y servicio se dio cuenta de que se había perdido algo y deseo experimentarlo. Probablemente hasta ese momento solo fantaseo con el asunto. La primera vez se quitó de encima el pensamiento impuro con un encogimiento de hombros y pensó en otra cosa. Tenía que limpiar la capilla, asistir a misa y departir sobre la mejor forma de recaudar fondos con la madre abadesa. La segunda se le cruzó un joven cura en el camino y sus pensamientos retornaron con tal fuerza que se le acarreó un grave problema de culpabilidad. La tercera vez decidió confesarse, aliviar el alma y sobre todo no soportar el peso de la angustiante culpa. El sacerdote en esa ocasión, le habló del respeto al cuerpo como templo de Dios, de doblegamiento, de humildad, de ofrecimiento y le puso una dura penitencia. Así que las siguientes veces en que su cuerpo se rebeló, lo ocultó para si.
Los pensamientos prohibidos, los anhelos, los deseos cobraron forma en imágenes, en sueños tortuosos, hasta que una calurosa noche de rezos inútiles, horas en vela no aguantó más y con mano tímida acarició aquellas partes de su cuerpo que más le dolían. El pecho, los pezones sensibles, el estómago suave, la cálidad humedad entre sus piernas. Hasta llegar al clímax que al fin la relajó y le permitió dormir. Desde entonces aprendió a vivir en lucha entre la culpa y el convencimiento de que no era un instrumento de Dios, sino solo una mujer.
Hasta el momento en que decidió dejar atrás sus remordimientos y sus votos. Dejó la comunidad y se adentró en el mundo para vivir como lo que era: tan solo una mujer, hecha a imagen y semejanza de Dios.

Larrey dijo...

No se puede contar mejor...