Hace menos de media hora que se conocen. Y no ha ocurrido en las circunstancias más adecuadas para que ahora mismo estén quitándose la ropa. Hay prisa. Pasión. Deseo. Ansia. Cualquiera que viera la escena de modo imparcial determinaría que se trata de una cita de unos amantes que tiene complicado verse, que sus encuentros son esporádicos y que cada vez que sus cuerpos se cruzan saltan las chispas del deseo contenido. Se ha desatado una marea de brazos, labios, lenguas, dedos, gemidos y ropa, que poco a poco, a saltos anárquicos, ha ido perdiendo protagonismo. Ahora están sobre la cama del motel, él tumbado, todavía con los pies en el suelo. Ella, con el tanga puesto, arrodillada y con la polla en la mano, los ojos cerrados, completamente entregada. Siente la excitación abrirse paso, desde su cerebro, por la espalda, hasta terminar en su sexo, donde los labios palpitan con dolorosa insistencia, gimiendo por una caricia que todavía no ha llegado. Se mete la polla en la boca y se deja llevar por el sabor, limpio, de un sexo erecto y cuidado. Lo recorre con la lengua, mecida por los gemidos, gimiendo ella olvidado el pudor, llevada por el deseo, apretando fuertemente con su mano la piel hacia abajo, para que la parte superior, sonrojada por la excitación y la sangre, esté a plena disposición de su lengua, que se concentra justo en la parte inferior, allá donde descansa el frenillo, apretando con fuerza con la lengua cada vez que sube. Es tal su sabiduría que el dueño de la polla teme llenarle el rostro de semen a poco que siga con el juego, así que con un golpe certero de sus abdominales se incorpora y con la misma facilidad la coge en volandas para dejarla en la cama. La sorpresa ha sido mayúscula, sin apenas darse cuenta ha perdido la polla que estaba saboreando y se siente completamente controlada por un desconocido jadeante. Él se limita a abrir las piernas, sin demasiada delicadeza y a apartar la diminuta tira del tanga para comerse el coño con la misma sed con la que un perdido en el desierto se lanzaría al agua de un oasis. El sexo está tan húmedo que no necesita lubricación para que sus dedos acompañen a la lengua y a los labios que lo invaden todo. Ella arquea el cuerpo para facilitar los movimientos; en realidad para marcar los pasos del baile. Es un buen amante, y eso le gusta. No es consciente, porque tiene los ojos cerrados y la cabeza ligeramente ladeada, pero se acaricia los pechos a sí misma, apretándose los pezones en un gesto que por inconsciente no evita que la excitación se dispare. Él parece haberlo entendido, no solo porque le ha regalado a esos pezones un par de mordiscos intensos, sino porque ha dejado la cueva, donde de haber permanecido, un torrente llamado orgasmo hubiera puesto fin a la fiesta. Busca entre la ropa, algo nervioso, un preservativo. Ella lo ve y va a su bolso. Es tan certera en la búsqueda que antes de que él alcance sus pantalones tiene el paquete de uno abierto. Se lo pone en la boca, sacando la punta con la lengua. Él entiende la invitación y se arrodilla. Con la certeza de una experta coloca el preservativo de sabores sobre la polla con la boca, regalándole un par de movimientos más que él agradece con unas caricias en en pelo y mirando al techo, con los ojos entreabiertos. Después ella se da la vuelta, apoyando las rodillas y las manos y entreabriendo ligeramente las piernas. Él intenta entrar pero le resulta complicado, recoloca su cuerpo varias veces hasta que ella, pasando la mano bajo su cuerpo, coge la polla y la deja dentro de su sexo. Comienza entonces el movimiento. Desde las caderas él controla su cuerpo, facilitando que la polla entre y salga entera del coño. Después se recuesta ligeramente sobre ella para poder acariciar su clítoris. La excitación es creciente, como lo son la violencia de los movimientos. Tanto que él no puede evitar el orgasmo, que lanza con cuatro violentos golpes de cadera y un gemido eterno. Ella se siente a la par plena por el orgasmo provocado, pero algo frustrada por el temor de que aquello acabe de este modo. El sale de su cuerpo, todavía tembloroso por el placer, se quita el preservativo, alcanza, esta vez con más pericia, sus pantalones y enfunda su polla, todavía maravillosamente erecta con otro. Entonces la vuelve a penetrar. Lo hace con tanta violencia que provoca cierto dolor en su amante, que tuerce el gesto solo un segundo, el que tardan los movimientos rítmicos y las caricias en devolverla al paraíso de los sentidos. Unos minutos después ella muerde las sábanas, araña la colcha con sus uñas largas y cuidadas y siente un orgasmo tan arrebatador que le provoca un pequeño tic nervios en su ojo derecho. Después se deja caer, gimiendo, sudorosa. Él se viste, con una sonrisa, dejando sobre la mesita el preservativo. Se miran un par de veces mientras él termina con su ropa. Después se acerca, se arrodilla sobre la cama y le da un largo beso. Después se acerca hacia la puerta, recogiendo su maletín. ¿No crees que te has olvidado de algo? Se detiene un instante y piensa, orgasmo, teléfono, beso...No, sentencia, creo que no. No me has firmado los papeles, el parte de accidente. Ah, sonríe, ya lo había olvidado. Deja el maletín y firma el parte que descansaba sobre la mesa. Nuestras aseguradadoras lo arreglarán todo, que tengas suerte con el coche. No te preocupes, sonríe ella, de esas cosas se encarga mi marido.
11 de mayo de 2009
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1 comentario:
Vos tan concreto y yo......haciendo juegos con corbatas de seda.
saludines
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