18 de mayo de 2009

POR TUS 35 PRIMAVERAS


Recibe un mensaje justo antes de abrir la puerta. Lo lee y se pone en tensión, nerviosa, pero con una sonrisa de felicidad que se hace evidente pese al cansancio de la jornada laboral. Entra en casa despacio, esperando algo. Dentro hay una música suave. La luz tenue de la lámpara de pie del salón. ¿Cariño?¿estás ahí? Deja las llaves sobre el mueble de la entrada. El bolso colgado. El maletín del ordenador. Iría a la nevera, pero esa luz, esa música. Cuando termina de entrar su sorpresa es mayúscula. Hay una mujer sentada, más bien recostada, en el sofá. Lleva una camiseta ajustada que evidencia el buen hacer de algún cirujano plástico. Una diminuta falda tableada y el pelo muy corto y rubio. Sonríe mientras saborea una piruleta. Está en su casa, es una perfecta desconocida y aun así, es educada. Eh, buenas tardes, no pensaba que hubiera nadie aquí. Está nerviosa, desconcertada y suena el teléfono. Esta vez es una llamada. Pero cariño, se la escucha, ¿cómo me haces esto?¿dónde estás? No tiene tiempo de más. Las sabias manos de la mujer de pelo corto y pechos siliconados la abrazan por la espalda. Lo han hecho con ternura, sabedoras de que el acercamiento podría salir mal. Le quita la chaqueta mientras que ella, sumisa y rendida, corta la llamada con un suspiro. Tras la chaqueta van los botones de la camisa. En esa especie de abrazo, mientras se deja hacer, soltándose el pelo, totalmente rendidas las naves de la cordura, siente las curvas de la desconocida mujer sobre su espalda, sus muslos, su culo, porque lo hace todo meciendo ligeramente el cuerpo. Es como si hubieran iniciado un baile. La camisa está también en el suelo y siente una repentina vergüenza de verse semi desnuda frente al espejo. Pero le dura poco. Una lengua ardientemente sabia acaba con sus reservas desde el cuello, mientras las manos acaban también con la tiranía del sujetador. Masajea los pechos, primero con ternura, para que no se sientan desbordados por tanta libertad y atención, después con pasión, quizá hasta con cierta violencia. Así, desnuda de medio cuerpo, la mujer rubia la da la vuelta y sonríe. Esa sonrisa es tierna, cómplice, un arma más de la estrategia de hundimiento de las naves. Se besan. Nota el sabor dulzón de la piruleta en los labios, también en la lengua, que ha entrado en su boca como un huracán, invitando al juego a la suya, mucho más decidida que el resto del cuerpo, que sigue inmóvil, a la expectativa. La lengua, cuando se cansa de la boca, va descendiendo hacia los pechos, en especial al izquierdo, que recibe una docena de lengüetazos mortales y algún que otro mordisco. Va descendiendo por el vientre, sin prisa pero sin pausa, hasta llegar a donde la falta sigue haciendo su trabajo. Las manos ayudan, y en dos golpes certeros la ropa cae al suelo, junto al resto. Ahora está completamente desnuda. La mujer rubia se incorpora, mordiéndose el labio inferior. Quizá lo que ve, lo que acaricia, lo que besa, le gusta de verdad y hay sinceridad en sus gestos. Lleva la mano de su desconcertada amante, que todavía no ha sido capaz de articular movimiento, hasta sus pechos. Sí, son operados, pero agradables, sexuales. Se quita la ropa con rapidez. Están las dos desnudas, la una frente a la otra, los cuerpos, los pechos, ligeramente rozándose, electrizando el aire. Y entonces sí, entonces se lanzan como posesa la una hacia la otra. Con tanta violencia que terminan en el sofá. Ya no hay claridad sobre la voz cantante en el juego, porque ahora las dos bocas, las dos lenguas, las cuatro manos, los pies, todo se mueve a una velocidad de vértigo, mientras los gemidos, la melodía perfecta para la escena, van creciendo en intensidad. Nunca había besado a una mujer. Nunca había acariciado unos pechos. Nunca había tenido un dedo hundido en el coño, nunca había saboreado la sal de un sexo con sus labios. Está tan excitada que teme sentir un orgasmo en cualquier momento. Los dedos, la lengua, de la mujer rubia son exploradoras sabias y pacientes, intensas y consideradas. Se han ido acomodando, tal vez inconscientemente, hasta que recostar las cabezas sobre el sofá, las piernas entrecruzadas, los sexos latientes acariciándose. Entonces, agarradas de una mano, la otra en la cintura, han comenzado a moverse con violencia, lanzando sus cuerpos al aire, salvas de sexo que chocan contra otro sexo en una danza brutal. Así es como llega al orgasmo, entre gemidos desesperados, incapaz de abrir los ojos, de ocultar su placer, se comedir sus gestos. Ha sido largo, intenso, salvaje. La mujer rubia se incorpora rápidamente y la abraza. Felicidades, le dice al oído, antes de besarla largamente. Gracias. No puede moverse del sofá y observa como la mujer rubia recoge su ropa. Cuando ya está vestida busca la verticalidad, pero ella se anticipa, tranquila, tu marido ya me ha pagado. Vuelve a besarla antes de desaparecer. Se queda en el sofá, esperando. Entonces aparece el marido, felicidades, mi amor. Se abrazan. Eres un cabrón. Ya, pero ¿te ha gustado? Sí, me ha encantado ¿y a ti? Lleva la mano de su mujer a la polla, donde se hace evidente la humedad de un orgasmo ¿quieres verlo?¿lo has grabado? sí, quiero verlo...

1 comentario:

dafne dijo...

jo..... con lo cansada que estaba ella, tras toda la jornada laboral..me pongo en su piel y me da algo!
Claro que puesta en su piel y por pedir...quiero una piruleta y que me la de...mmmmmm ¡DAVIDOF!

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