21 de abril de 2009

FELICIDAD ESTANCA


La felicidad es una utopía, que como decía Galeano, sirve para seguir caminando. Y también, y sobre todo, por suerte, un concepto subjetivo. Porque solo faltaría eso, que nuestra felicidad, que depende de terceras personas de forma implícita, lo hiciera también de forma explícita ¿Os imagináis siendo felices solo cuando los demás os vieran felices?
Pero ¿existe la felicidad pura? ¿Cómo se define la felicidad?¿cuando los momentos buenos ganan a los malos? Creo que lo único que existe es la felicidad estanca, un momento en el que los astros se conjuran para sacarle a los dados del destino un doble seis y hacer saltar la banca de las sonrisas. Si el aislamiento es el adecuado, puedes sentirte pura, sencilla y llanamente FELIZ. Con todas sus letras, todos sus suspiros y todas sus descargas anímico-electricas. Pero a poco que bajes la guardia, la realidad se te cuela por las rendijas, y la realidad es tenaz en su capacidad horadadora, con cuchillas de raciocinio va minando tus defensas y al final la felicidad estanca pierde su independencia y se te cuelan los problemas, las preocupaciones, la incertidumbre, y vuelves a ser el humano vulnerable de siempre. Puede ser un resfriado de un niño, los resultados de una prueba médica, los problemas con tu pareja, las inclemencias del clima laboral, los números rojos de tu cuenta, la lista de cápsulas de anti-felicidad son numerosas. Pero es cierto que hay algunos momentos en los que a la realidad le cuesta mucho, pero mucho colarse. Hay segundos en la vida en los que todo desaparece. Tal vez ese primer beso, cuando hasta el mundo entero parece desaparecer bajo tus pies. Incluso momentos mucho menos poéticos, como cuando ves tu aprobado en la última asignatura de la carrera. Y, desde luego, hay un momento por encima de todos. Y es injusto, porque no todo el mundo lo ha podido vivir, pero la primera vez que tienes a tu hijo en brazos, en un entorno normalmente nada favorable a la felicidad plena, con desconocidos en bata, sangre, sudores y el recuerdo de los gritos y los esfuerzos. Pero en ese instante, cuando te inclinas y besas a tu hijo con ese indescriptible olor que tiene la vida recién llegada, entonces eres feliz sin paliativos, sin realidades, sin hipotecas, resfriados, paros, que se interpongan. Luego, es probable que te llegue la angustia, de saber si serás capaz de hacerlo bien, de si tendrá salud, de si os irán las cosas bien para que no le falte de nada y ese largo etcétera de realidades tozudas. Pero durante unos minutos habéis sido el centro neurálgico de vuestra propia felicidad. El nacimiento de un hijo es la cámara hiperbárica de la felicidad. A ella recurro, en forma de abrazo, de risa, de palabras divertidas, cuando las cápsulas de realidad se ponen de morros. Y de momento, funciona.

2 comentarios:

Elena dijo...

¡ánimo guapo!...bss.

Dejate achuchar por los tuyos...es el mejor antiestres de esta vida.

Jésvel dijo...

Gracias por el consejo...