27 de abril de 2009

CANAL SATELITE

Fue tener la suerte a medias. Un día llegó a casa e hizo zapping esperando a su mujer. En un canal perdido (siempre fue una persona de inusual esperanza con esto de la televisión) encontró una película que emitía un canal de pago. Era una película en la que un tipo de avanzada edad, en esencia, se dedicaba a hacerle fotografías a unos puentes. Unos días después volvió a probar suerte y esta vez una película romántica sobre una mejicana y un americano que se enamoran. Así se fue encontrando día a día una película o programa cultural. No tenía la menor duda, estaba puenteándole el canal de pago a la vecina de arriba, una mujer de unos cuarenta años por la que siempre sintió una especial y morbosa atracción. Quizá por rubia. Quizá por el cuerpo trabajado. Quizá por ser soltera. Quizá por ser, sin más, la vecina de arriba. Han pasado los meses y ni una sola vez un evento deportivo, un programa de otro tipo. Hasta hoy. Ha llegado algo antes del trabajo y se ha dejado caer en el sofá. Una hora de margen hasta que llegue su mujer. Chequeando el aburrimiento ha llegado hasta el canal clandestino, esperando una nueva pastelada cuando ha aparecido una enorme polla devorada por una joven rubia, de muy buen ver y muchas mejores maneras en esto del karaoke de carne. Detrás otra joven, igual de rubia, igual de buena, le comía literalmente el culo, metiendo obscenamente la nariz entre sus nalgas. La erección ha sido inmediata, casi dolorosa. Pero cuando las dos rubias se dedicaban con profesionalidad a comerse la no menos profesional polla ha dejado de verlas, su mente ha viajado unos metros arriba y se ha imaginado a la vecina frente al televisor. Y esa ha sido una tentación demasiado grande. La ve en el sofá, tal vez con el albornoz, recién salida de la ducha, el pelo mojado sobre los pechos, erizando los pezones. Las piernas abiertas sobre la mesita baja y la mano acariciando su coño. Primero despacio, con todos los dedos planos. Tal vez alguna vez la otra mano va de la boca a los pechos, entre tanto, en la pantalla, el actor folla con violencia a una de las rubias, mientras la otra se masturba, muy similarmente a como imagina a su vecina. Avanza el celuloide y la imagina cada vez más excitada, tanto que ha tenido que coger de uno de los cajones un enorme vibrador. Primero se lo mete en la boca, hasta lo más profundo de la garganta, después lo pasea por entre los pechos, hasta bajarlo a su coño, donde con algo de esfuerzo lo mete hasta dentro. Ahí lo deja, imagina, activado el modo vibrador más alto. Se levanta para sentarse sobre el brazo del sofá, como si fuera una amazona sobre su montadura, el gesto torcido por el placer, sin dejar de mirar la pantalla. Así comienza sus movimientos, primero algo tímidos, después brutales sobre la tela del sofá, que va recibiendo no solo sus embestidas, sino los primeros caldos del placer. Mientras tanto, en la pantalla, el joven de la polla enorme, se ha cansado de follarse por todos los lugares imaginables, y alguno inimaginable, a las dos rubias y ahora éstas están arrodilladas, las mejillas rozándose, esperando la descarga de su polla. Él está frente al televisor, a punto de sentir el orgasmo, intentando retrasarlo, soñando como su vecina también decelera el movimiento, para esperar la descarga, en un triángulo imaginario de orgasmos. El actor mueve su polla con fuerza. Las actrices sacan la lengua como si esperaran agua de lluvia, él sigue con la piel de su polla arriba y abajo, abajo y arriba, y la vecina se abraza con fuerza a su sofá y a su vibrador, que no ha cesado en su empeño de hacerla gozar. Cuando el actor, por fin, lanza sus dentelladas calientes sobre el rostro de las jóvenes, él descarga sobre la mesita la suya imaginando a la vecina de arriba soñar con recibir ella también su leche, corriéndose sobre el sofá, acariciando sobre su pecho la leche imaginada, que del celuloide y las bocas de las jóvenes, que ahora se besan salomónicamente, pasaría a su cuello, a sus pechos, a su vientre. Cuando recupera el aliento, apagando la televisión, le entran las prisas, viendo las manchas de semen sobre el suelo y la mesita, a unos minutos de la llegada de su mujer. Arriba, dos pisos más, un hombre de avanzada edad, se masturba viendo una película porno en el canal de pago que regaló a su madre unos meses atrás. Y lo hace imaginándose sobre la vecina de abajo, la rubia que alimenta sus juegos hedonistas, mientras ella, inocente a tantos orgasmos y gemidos, comparte unas cervezas en un bar del centro con sus mejores amigas.

1 comentario:

dafne dijo...

Es lo que tiene ser rubia....siempre lo he pensado..jejje por eso ya le dije a mi peluquero un día,por fa ponme de rubia Marilyn..

Bon dia!!!