EL ABRAZO:
Hace un segundo su marido estaba arrodillado en el suelo, las manos metidas en su espalda, justo por debajo del culo, para elevarla un poco, un precepto ergonómico al que no puede evitar tener un cariño especial. Ella acaricia su pelo, le gusta empatizar así con los juegos de la lengua en su sexo. Con los mulsos presiona puntual e inconscientemente las orejas, que agradecen el calor. Después han venido esos movimientos, esos bailes coordinados de dos cuerpos sudorosos y entregados, un juego de piernas, brazos, labios, dedos, que ha devenido en una nueva postura. Ella está sentada, como los indios, su sexo abierto como una flor por los certeros dardos orales de su compañero de juegos. Él, de rodillas, le ofrece el sexo. Ella se deleita primero con el olor. Si tuviera los conocimientos suficientes, embotellaría ese olor para superar los momentos difíciles. Ese dulzón caliente invade sus sentidos desde la nariz y la obliga a cerrar los ojos. La siente caliente y dura entre sus manos, más suave todavía, entre sus dedos. Son los primeros contactos, que invitan a cierta ternura. Después es la lengua, húmeda y juguetona, la que reconoce el terreno. Su marido ayuda direccionando el pene al lugar correcto. Ella saca la lengua y la deja como una carnosa pista de aterrizaje sobre la que la nave, la cabeza de una enorme polla, aterriza y se desliza como si patinara. No necesita así las manos, así que se aferra al culo de su marido, que con la embestida de los dedos pierde ligeramente el equilibrio. Cuando se recolocan la polla está demasiado lejos de la boca, se ha quedado hundida entre los pechos, que empapados por el salado resto del placer, la reciben con un ligero masaje. Siempre protestó por el tamaño de unos pechos que hacían escandaloso cualquier escote; siempre salvo en situaciones como estas donde crean un canal especial para que la polla de su marido se sienta como en casa. Hace calor y sudan, y eso favorece el roce. Ella besa el vientre mientras aprieta el culo de su pareja y cesa en la fuerza, para invitarlo, para invitarla, al baile definitivo. Ambos, polla y dueño, han entendido a la perfección la jugada y el baile es ya definitivamente coordinado. Él también se abraza a su espalda. En alguno de los empujones la polla recibe el gustoso fogonazo de la lengua, siempre atenta por si en el camino puede llevarse una sorpresa. Se miran. Se quieren. Se desean. El baile sigue y él mira al techo, encogiendo y estirando los dedos de los pies, un síntoma inequívoco del orgasmo. Ella, no sabe muy bien por qué, porque está perdida en las sensaciones de su cuerpo frotándose con el de su marido, ha sentido un orgasmo un instante atrás, frotando inconsciente y excitada, su coño contra un doblez de las sábanas, húmedo y milagrosamente colocado entre sus piernas. Su marido, mientras tanto, aumenta el ritmo y la presión, y deja al aire algún gruñido seco, antes de eyacular sobre su pecho, sobre su barbilla, sobre su propio vientre. Ambos siente el calor del caldo y lo bailan entres su pieles. Y así permanecen unos instantes, como si en lugar de semen la polla les hubiera descargado un maravilloso pegamento que les obligara a seguir juntos, de por vida...
4 comentarios:
Ya sabes que me gustan tus relatos eróticos ...pero échale otra leída..¿le sobra a la historia un poco de marido?y no lo digo en sentido literal ...jejejje
Besos
Ya sabes que me gustan tus relatos eróticos ...pero échale otra leída..¿le sobra a la historia un poco de marido?y no lo digo en sentido literal ...jejejje
Besos
Dafne
Ufff,...que marido?...
Pues si Larrey, creo que ha sido buena idea esto de cambiar al luenes las llamas...
(voy a mirar el termómetro...)
Abrazos cal......, digo calurosos!
luenes = lunes
(es el calor...jajaja)
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