No ha habido ni palabras. Cuesta creer que de un cruce casual, entre la tienda de regalos y la de cosméticos, un cruce de carros, una mirada, hayan llegado a esto. Apenas ha habido una docena de besos, de violentos besos en los que los labios, la lengua, hasta los dientes parecieran desesperados, con hambre de siglos. No ha habido tiempo para las caricias, para los preparativos, para la estrategia. Antes de que quisiera darse cuenta tenía los pantalones bajados, lo mismo había ocurrido con los calzoncillos, que en un breve instante de resistencia habían evidenciado su erección, lo que le ha gustado a ambos. Y ahora tiene la polla metida en su boca, y menuda boca, sabe de verdad lo que ha de hacer, cada rincón a recorrer, donde detenerse, la fuerza necesaria, abrazarla con las manos, como moverla, como no hacerlo, donde presionar con los dedos, encontrando rincones entre sus piernas, justo entre los genitales y el ano, que jamás sospechó fueran tan desconcertantemente placenteros. Tanta sabiduría, tanta violencia bien empleada en los movimientos, le obliga a asirse a las paredes como si fuera un gimnasta haciendo su ejercicio estrella en las anillas. Se la vuelve a meter entera en la boca, dejarla dentro, jugueteando con la lengua, que no entiende como es capaz de coordinar tantos puntos sensitivos, y le flaquean las rodillas, y por eso aprieta las manos y mira al techo, el sucio techo de unos baños de un centro comercial. El orgasmo merodea su polla con insistencia, pero la boca sabe cuando detenerse para retardarlo, para demorarlo, lo justo, lo necesario. Cuando la boca, y las manos, y los ojos que lo miran con insistencia, se cansan de tanto merodeo, aceleran el paso. Cuando el orgasmo va a llegar definitivamente y ya no va a haber más paradas, la boca la abraza por completo y recibe con sed de siglos el semen. Los movimientos no cesan, tan solo se ralentizan, se profundizan. Vuelven a mirarse a los ojos. Pero entonces no parece que le encajen las cosas, el baño se vuelve sucio, público, asqueroso y corre, sin tan siquiera agradecerle a la boca tanto cariño, tanta sabiduría, dejando la compra en las bolsas. Corre en busca de su vida, la que olvidó en aquel baño. Corre a buscar la normalidad, su mujer, sus hijos, su trabajo rutinario. Corre desconcertado, aunque no sabe por qué, si su desconcierto viene por la primera infelicidad en 20 años de matrimonio o porque la boca que le había regalado el orgasmo más intenso de su vida fuera la de un hombre.
8 de febrero de 2009
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1 comentario:
Larrey...si es que a veces ocurren cosasque si no son sometidas a la razón,a la de uno mismo claro,están perfectas.
Genial el relato
saludos!!!
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