SI TE DICEN QUE CAÍ
Cantábamos de niños en la escuela,
Formados a la entrada, el Padrenuestro.
Con voces inocentes elevábamos
Al cielo nuestros ruegos infantiles:
Perdónanos, Señor, por nuestras deudas
Y líbranos del mal, sin comprender
Cuál era nuestro débito o pecado
Ni en qué infierno moraba lo malvado.
Seguido el Cara al Sol, ¡arriba España!, Que empieza amanecer al paso alegre De aquellos que, en su infame represalia, No cejan, impasible el ademán, De no otorgar la paz al derrotado.
Después las cuatro tablas aritméticas;
Dos más tres, cinco, dos más cuatro, seis, La leche del franquismo en los recreos, Tres por tres, nueve, tres por cuatro, doce, En una España hurtada y dividida, Asqueada de opresión en su miseria.
Más tarde, los linderos de la patria,
De la Una, la Grandiosa, la Libérrima:
Al norte la memoria de los muertos,
Al este una voz libre, la palabra,
Al sur la libertad, y hacia el oeste
¡Santiago y cierra España!, el Campeador, La inicua dictadura portuguesa.
Al cabo, con los años, comprendimos
El vil significado de esos cánticos:
Que el mal estaba en las camisas nuevas
De sucios patrioteros criminales,
Bordadas con el rojo de la sangre
De carne de penal y paredones;
Que aquella deuda, estigma, no eran otros Que ser los herederos del vencido; Que la Una, Grande y Libre era un presidio Herido y dividido, miserable, Sin paz tras la victoria, donde el llanto Se había de disfrazar tras himnos, loores, Fingiendo que en el fondo de su ergástula Volvía a sonreír la primavera.
Cantábamos de niños en la escuela
Y hoy vemos con horror que aquellos cantos, En voz de los cachorros sucesores De aquel perro rabioso e impasible, Regresan nuevamente a nuestra tierra, Ocultos tras disfraces de cordero Y un falso pedigrí de democracia.
Así que si te dicen que caí,
No pienses que fue causa el abandono
Del puesto al que te digan me debía,
Será por entonar mis propios cánticos.
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