Yo lo sabía. Lo veo cada verano. Es el centro de las fiestas. El pueblo se levantaría en armas si se lo quitaran. Las raras veces en las que he intentado razonar, la defensa es la misma: en la plaza de toros muren, aquí vuelven a su casa. Si, pienso yo, vuelve descojonado, la vaquita le pregunta ¿qué tal el día? bien, bien, cariño, casi me dejan ciego esta vez con una bola, y le he dado un buen trompazo a uno, pero bien, y me voy a la dormir, que mañana me toca sesión doble. A mí no me queda otra que mirar a otro lado, es decir, al bar, y esperar que a mis hijos no se les despierte la pasión. Y a los que defienden los toros diciendo que al que no le guste que no vaya, yo le doy la vuelta a la tortilla, sin caer en la tentación de decirles que a quien le guste que baje y haga de toro, sino que al que le gusten, que venga para Madrid, que aquí Esperancita los hará patrimonio de la interesteralidad. Eso sí, algunas veces me acuerdo de aquella canción de Siniestro Total...
24 de septiembre de 2010
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2 comentarios:
En mi pueblo, durante algunos años, los toros embolados existieron y hasta casi fueron "el alma de la fiesta". Pero la Comunidad de Madrid los prohibió, así que surgió un colectivo: los emboladores de Colmenar, que se desplazan allí donde sí están permitidos.
Entiendo y respeto a quienes os posicionáis en contra, lamentablmente creo que no existe verdadera voluntad de debate y el arraigo de la tradición sigue imponiéndose...
Pese a que siempre digo que hay que respetar...que es el pricipio de todo...sigue habiendo cosas con las que no puedo,y estas "tradiciones" salvajes,
son una de ellas.
Abrazos, Larrey.
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