13 de septiembre de 2010

EN EL CINE


Está solo en la sala. Apenas una docena de espectadores más espera el comienzo del film. Antes de que la publicidad termine una pareja entra en la sala. Ella es alta, muy atractiva, unas largas piernas tostadas al sol se lanzan camicaces desde su cadera, despedidas por una diminuta minifalda. Sube del brazo de un hombre que parece sobrepasado por la situación, tal vez sorprendido de la belleza que prende de su brazo. Se sientan a su lado. Ella sonríe. La sala se oscurece. Las luces juguetonas de la película, que ha pasado a segundo plano, juguetean con la piel de las piernas de la mujer. Cambian de postura y sus rodillas colisionan en esa especie de baile imprevisto. Se quedan ahí, rozándose. Es verano y con sus pantalones cortos siente la dolorosa presencia de la piel de la mujer. Se lanza al vacío y lleva su mano al muslo. La mujer mira. No parece sorprendida. Bromea con el hombre con el que ha entrado, comentando, tal vez, pura estrategia, algún aspecto de la película, pero al tiempo descruza las piernas en una clara invitación. Él la acepta sin pensarlo, dejándose llevar por la erección salvaje que atenaza su polla bajo los pantalones. Lentamente lleva los dedos entre las piernas, que con la ligera separación han legitimado la invasión. No lleva ropa interior, así que no le cuesta lo más mínimo adentrarse en la cueva, que parecía estar esperando a sus dedos, húmeda y abierta. Entra con facilidad, sitúa su mano para poder dejar los dedos dentro, tecleando sinuosos, mientras la palma de la mano fricciona contra el clítoris. Ella devuelve la jugada, y con la mano certera y directa logra rescatar el pene y comienza a masajearlo con violencia. Mientras los actores de la película se afanan por evidenciar la presentación de la historia, ellos se masturban con fuerza. No pueden evitar toda una suerte de movimientos adyacentes, incluso gemidos incontrolados cuando el orgasmo se hace cada vez más latente. Es él quien lo alcanza primero. Ella, al sentir la evidencia del placer en forma de caldo caliente sobre sus dedos, cede un poco el ritmo y sonríe satisfecha para entregarse a su propio placer. Pero el hombre que está a su lado se percata del juego, grita algo que, pese a retumbar en la sala, nadie logra entender y, levantándose como un resorte de la butaca, sale despedido hacia la puerta de salida. Ya a lo lejos el grito de “eres una zorra” se escucha con más nitidez. Ella suspira, lo siento, cariño, la próxima vez elegiré mejor. Él también sonríe, la polla todavía fuera, y lleva su mano de nuevo entre las piernas de su mujer, no puedes quedarte así, ¿verdad? y comienza otra vez el baile…

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