Hay personajes que son pura leyenda, como la chica de la curva o el hombre del saco. Pero hay uno, por encima de todos, que a mí me tiene inquieto, y los que rondéis los cuarenta y seáis de ciudad sabréis de quien hablo: es el tipo que regalaba caramelos con droga en las puertas de los colegios. Nuestras madres nos hablaban de él como del asesino en serie de la infancia más despiadado, como una especie de mezcla entre Freddy Crugger y Torrebruno que nos embaucaba con el dulce del caramelo para regalarnos una adicción. Tardé años en superar mi aversión a los caramelos. Pero ¿Tú le viste alguna vez? Yo jamás, y eso que tuve un colega que batió la ciudad, puerta por puerta para encontrárselo, para abrazarlo, para agradecerle su solidaridad, con lo costoso que le salía el vicio soñaba con asociarse con tan altruista traficante y vivir a su sombra las delicias psicotrópicas, aunque tuviera que casarse a cambio con la mismísima chica de la curva. El caso es que, y quizá eso explicara que jamás se lo encontrara, había también unos cuantos traficantes de medio pelo a su caza y captura, porque con su política generosa estaba dumpeando un mercado muy competitivo ¿Qué habrá sido de aquel hombre y sus caramelos?¿reparte ahora DVD piratas a la salida de los cines?¿vende oftalidones en las puertas de los geriátricos?
5 de enero de 2011
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