8 de noviembre de 2010

LA BAILARINA Y LA BARRA


Soy una bailarina profesional. Trabajo en un club de streptease de alto nivel. Eso no asegura, en absoluto, las bonanzas del respetable. Mi especialidad es el baile en barra. Soy profesora. Así que le dedico horas y horas a la barra y a mi cuerpo. De hecho el uno y la otra forman parte de una unidad, el ejercicio me da esta musculatura que sorprende en el baile y la barra el dinero para pagarme mis estudios y un vigor plus en mis pechos. Somos como hermanas. O eso pensaba yo. Y las dos nos cuidamos mutuamente. Ella se deja hacer y yo la doy lustre con mis piruetas. Una noche, como otra cualquiera, salí al escenario concentrada. Menear tu cuerpo medio desnuda junto frente a pijos borrachos requiere de cierto arte de abstracción. Estaba viviendo una etapa amorosa intensa fuera del escenario. Quizá eso ayudó. Un amante ardiente e insaciable me tenía loca. Empecé a bailar, como todas las noches, intentando evadirme del entorno, dejándome llevar por la música y la coreografía preparada. Las piruetas iban saliendo según lo previsto, ya he dicho que soy una profesional, y el público estaba más o menos atento a mis requiebros. Más a las formas que adquiría mi cuerpo que a las virtudes del baile. Pero no les culpo. En un momento del espectáculo me abracé a la barra. La noté caliente. La acaricié fuertemente con mis piernas y sentí un calor intenso y desconcertante entre mis ellas. Noté como mi sexo se abría con furia al calor de hierro. Durante un instante perdí el norte. Me había descolocado la sensación, pero era tan intensa que no la podía evitar. Es más, varié por completo el baile, que pasó a ser pura inspiración, solo por abrazarme con más y más fuerza a la barra. Y a rozar mi coño contra ella, cada vez con más fuerza. Le regalaba inusuales lengüetazos y el público entonces empezó a entregarse, aplaudiendo y vitoreando como nunca mis contorsiones onanistas. Lejos de incomodarme me excitaba más pensar que ellos no sabían la verdad, y era que estaba gozando como una loca frotándome contra el metal. Terminé el espectáculo casi arrodillada, mi coño bien fuerte contra la barra. Los brazos asidos en lo alto, el cuerpo hacia atrás, golpeándome con furia y gimiendo casi por encima de los acordes de la música. El orgasmo llegó en el momento final del espectáculo. Cuando el público se puso en pie y llovían los billetes todavía no había recuperado el aliento. Volví a mi camerino, dejando atrás los aplausos y las erecciones, con una deliciosa y satisfactoria sensación de desconcierto.
He vuelto a intentarlo. Os lo juro que cada noche salgo a bailar con las mismas ganas de sentir lo que sentí aquella noche. Repito el baile. Repito la canción. Pero es imposible, al parecer aquella noche fue única.

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